Ir al contenido principal

El Narrador - Parte 2: La Lucidez de una Sombra

Gulme se volvió una sombra al tiempo que se unía en un lazo bidimensional con esta estudiante. La chica se llamaba Clara, o eso ponía en la firma de sus apuntes, al menos. Estaba claro que en ese momento sintió que algo estaba dentro de ella; no estaba sola.

De pronto se levantó como luz que lleva un reflejo y se fue, saliendo de su casa -donde yo quería que fuese- hacia un pequeño parque que estaba cerca, a un par de calles. Era ese típico parque acogedor, como escondido en un barrio, al que sólo sueles ir si alguien de ese barrio te lleva él en objeto de cariño. Esos parques que son, en esencia, amistad.

Llegó allí, se encontró con un amigo, y se sentó en el banco más cercano. Allí se puso a pensar qué era lo que sentía que no era más que yo mismo.

De pronto la sombra cobró vida y fue a darla la mano. Sólo había un problema: cuando Gulme acercaba la mano, la mano de Clara se desvanecía en haces de luz. Todo cuanto Gulme se adentraba en el mundo real, sacaba a Clara de la existencia: su mano simplemente desaparecía. Mierda... 

Clara miraba asustada aquella escena, aunque desengañada de sus anteriores sospechas, aterrada por que su mano había desaparecido y su sombra se estaba moviendo.

En ese momento, a Gulme sólo se le ocurrió una cosa para comunicarse con ella: hablar.
   - ¿Clara? -dijo al fin Gulme-
   - ¿Quién habla?
   - Tu sombra, me llamo Gulme -dijo amigablemente- la historia es algo larga la verdad y hay cosas que me he perdido, pero estoy aquí para ayudarte. ¿Querrías jugar conmigo a un juego para explicártelo?
   - ¿Un juego? ¿Para ayudarme? 
   - Sí, quiero ayudarte a escapar de este mundo, es algo aburrido estar así, no te parece?
   - Estoy bien aquí ya. Esto de por sí es ya emocionante, y me da miedo, ¿sabes?
   - No te preocupes, a mi también, Clara, pero habrá que acostumbrarse, aún no podemos salir de esto, así que habrá que resignarse por el momento.
   - Me parece bien, ¿A qué jugamos?
   - Sé que te da miedo, pero voy a subir la mano -dijo mientras lo hacía-.
   - ¡Oye!
   - No te preocupes, no hace daño. ¿Ves dónde está tu mano? ¿La sientes?
   - ¡Claro que no! ¡A este paso me vas a mandar al mundo de los muertos!
   - No lo haré. Es normal que no la sientas, porque está en la nada.
   - ¿Y cómo se puede estar en algo que no existe?
   - No lo sé, pero yo antes no era nada, y de pronto me convertí en tu sombra.

Comentarios

Popular Posts

Para la gente a la que beses

Hay gente  que necesitas besar  muchas veces  porque el fin de un beso es  siempre  el principio de otro  que aún no ha venido. Hay gente que necesitas besar  muchas veces porque cada beso es siempre como estar en casa y ser querido. Hay gente que la besas y no vuelve (pocas veces). Pero dentro de ti es siempre un recuerdo vívido de haber vivido. Hay gente que la besas y no vuelve muchas veces y duele ver, porque es siempre ver al otro yendo a otros caminos. Hay gente  que la besas, te arrepientes y así siempre, muchas, o una sola vez. Siempre, y aunque no después, besar se quiso. Hay gente que la besas y no vuelve para siempre porque el mismo tiempo es siempre quien os ha llevado  hacia el olvido. Hay gente  que la besas y sí vuelve muchas veces, y despierta algo que es siempre algo que aun dormido era cariño. Hay gente que no besas y sí vuelve muchas veces, y se queda porque es siempre amor, aun siendo otro que el del inicio. Hay gente que la besas y sí vuelve. Pero, a veces. Y lo in

Cacatúa (poema-calambur)

¡Caca tuya, cacatúa…! Cacareas cacas, rea… ¡Cacatúa! ¡Cacarea! Carámbanos vanos, cacatúa, es lo que sale de tu cacareo. Rea de cacas tuyas eres, cacatúa. Rea de tus deseos. Sueñas cacatúa, cacas tuyas. ¡Cacarea! ¡Rea! ¡Cacarea tus deseos! ¡Carámbanos de sueños ¡Vanos anhelos! Cacas tuyas, cacatúa son tus cacareos ¡Cacatúa! ¡Caca túa! ¡Túa! ¡Caca rea son tus sueños! Imagen libre de Wikipedia Sátira poética a la vanidad de

Un abrazo

Alquitranes húmedos besan mis sketchers ya pasadas dadas de sí por miles de pasos. Unos andados, otros bailados. Otros que buscan algo. A veces, en estas noches como un pecíolo de hoja que, en otoño se resquebraja en silencio mucho antes de caer, mi ánimo, también se resquebraja. De mis ojos salen lágrimas  que son de aire porque la humedad la tienen el alquitrán y mis pasos y mi sudor y mis pasos. Y por la soledad de dentro de mis ojos no sale nadie. Muchísimas noches abrazaría el aire me devolvería el abrazo más amable el más tierno, el más gentil, y el más suave Pero es que de todo eso es demasiado el aire y se desharía entre mis manos de carne. Necesito un abrazo que sea tierno y terso y firme y sinuoso. Justo como el dibujo del resquebrajo de ese pecíolo qué está en mi ánimo. Un abrazo  que dibujara el resquebrajo pero en sentido contrario: que acabara de romper o reparase esa hoja. Un abrazo. Que me impidiera llorar o precipitara el llanto. O quizá a encontrarme o romperme con ot