A altas horas ociosas de la madrugada los días parecen baldosas: pisables iguales con el mismo tamaño en espacio y tiempo. Y, de fondo, algo perturba dentro. Como las gotas de lluvia que bombardean la piel del agua. Algo, de fondo, pero ruidoso que no cambia su flujo pero lo oculta; que confunde cielo y mar tierra y horizonte barcos con peces. Se acentúa cuando estás solo a altas horas ociosas, porque el ocio amplifica los ecos del alma, y las horas muertas también –aunque, en este otro caso más que ecos sean sus agónicos gritos por una dosis más de vida. Pero cuando no se está a altas horas ociosas esa perturbación en la Fuerza, ese socavón al Nirvana, ese añadirle un noveno al óctuple sendero, te acompaña como el poso del café al café, como el perro a la correa, como la tinta al tubo, y la muerte al médico: ahí está no hace nada, no hace daño, pero acecha; premoniza la tierra rompiéndose ...
Un blog de escritura. De letras que vuelan y no saben adónde. Pero te digo de corazón que todo tiene alma aquí.