A altas
horas ociosas
de la madrugada
los días
parecen baldosas:
pisables
iguales
con el mismo
tamaño
en espacio y
tiempo.
Y, de fondo,
algo perturba
dentro.
Como las
gotas de lluvia
que
bombardean
la piel del
agua.
Algo, de
fondo, pero ruidoso
que no
cambia su flujo
pero lo
oculta;
que confunde
cielo y mar
tierra y
horizonte
barcos con
peces.
Se acentúa
cuando estás solo
a altas
horas ociosas,
porque el
ocio amplifica
los ecos del
alma,
y las horas
muertas
también
–aunque, en
este otro caso
más que ecos
sean
sus agónicos
gritos
por una
dosis más de vida.
Pero cuando
no se está
a altas
horas ociosas
esa
perturbación en la Fuerza,
ese socavón
al Nirvana,
ese añadirle
un noveno
al óctuple
sendero,
te acompaña
como el poso
del café al café,
como el
perro a la correa,
como la
tinta al tubo,
y la muerte
al médico:
ahí está
no hace nada,
no hace daño,
pero acecha;
premoniza la
tierra
rompiéndose
dejando caer
los pies al abismo.
Y mientras
es
silenciosa
inofensiva
hasta dulce.
Pero esa perturbación
es
claramente
una Moira
haciendo música
con el hilo
de tu vida
como si de
un erhu se tratara.
Niña tocando un erhu (violín chino de una cuerda) |
de ©Shathu Entayla
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