Así me miras
como si sólo fuera tuyo.
como si mi carne y cómo respiro
vivieran sólo en tus dominios,
como si yo pudiera salir
pero fuera quedarme lo que elijo.
Me miras como vestida
con un traje de prodigio
que dejan vida y libertad a un lado
En el que elegí que ya no elijo.
Me miras como si solo fuera tuyo.
Me miras como si así siempre hubiese sido.
Empiezas con uñas como espadas,
y me pegas y, sin querer, grito
y ese grito y que lo pares pido
porque no quiero gritar más
pues no gritar más es quitarme ya
una libertad que ahora no preciso
aunque es precisamente por libertad
(aunque sin parecer verdad) por lo que grito.
Me miras como si me crearas
y yo te creo
y te doy las gracias.
Me cuidas cuando me atrapas.
Me haces temerte cuando me amas.
Y esas aguas contrarias,
que me hacen a mi llorar otras aguas,
flaquean el báculo de tus manos
y viendo que me rompes, amenazas
con parar el viaje hacia el espacio
más cercano al ser sin ser
hacia el que estábamos andando:
a un tranceoso sub espacio
donde mi voluntad se haya esfumado.
No lo pares, que verde es mi palabra
para decirte que todo casa:
que esas lágrimas de seda acarician
los caminos de tus garras;
que ya, en mi piel marcada, descansan
como el aire que, en el cauce seco
sin que tú lo veas, lleva agua.
Mi agua, que es mi miedo y mi dolor
para tí, que con sadismo cariñoso amas
muestra de mí que te quiero, y que me encantas
cómo una hechicera que me seca el alma
y toda mi voluntad me saca;
y muestra de ti que me quieres, al arrancarla
con tus manos y tus dientes y tu saña
todo ello con ternura mezclada.
Pues también quieres, para no olvidarla
ver los repliegues tensos de mi cara
ver entre todos ellos mi masoquismo,
ver el placer en mis ojos, con eso mismo
cuando el placer y el olor juntos bailan
cuando ya ni mi orgasmo es mío
pues lo creo para ti, que todo abarcas.
Y no puedo sino rendirme a tu dominio.
No puedo sino pedirte que me hagas.
Para darme hielo tapas mi mirada.
Para retorcerme tus mordiscos son alivio.
Para perderme en el espacio en el que soy nada.
Pido que me dejes entrar en ti. Y me acaparas.
Luego lo siento, porque apasionadas
mis manos salen al encuentro
del poder y la belleza de tu cuerpo,
y disciplinas mi pasión con tormento
dulce, y mis quejidos regañas.
Mi osadía vuelves en ascuas
cuando me quitas el aliento,
borras mi boca de tus ojos negros
que eran pardos hace un momento.
Me invitas al abismo sin aire
fantaseo con mi vida darte
y tú con mi vida arrancarme.
Tres golpecitos y me salvas.
Pero de nuevo y de pronto me atacas
con esa mirada que desmaya
Esa que es fría nieve que abrasa
de amor, pues fríos tus ojos guardan
calor en el fondo y no se marchan
por muy lejos que parezca su fachada,
Y acabamos regresando. Ya sin prendas
(que no sé cuando me arrancaste), ya sin esas
manos que armas debían llamarse, aquellas
garras afiladas con amor que dolor
me daban en forma de error sin pecado;
ya sin tu dominio ejecutado
privado de frío, pleno en candor.
Al volver las dos, tras hablarnos amado
en ese lugar de peligro controlado
lo que yo te doy y tú me has dado
se quedan flotando en aquel espacio;
y en la realidad, al otro lado
dominio y sumisión se igualan
en tener las pieles removidas por el poder
por el sexo, por la piel, por las miradas.
Esa como la tuya que así me mira.
Esa como la tuya que me domina
Esa como la tuya, que sólo ama.
Si placer, aún si dase a muchos, es amor
¿no es necesario concluir que, de rigor
es más verdadero el corazón
que aparte del placer da su dolor?
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Imagen creada con Leonardo AI y luego editada en photoshop |
de ©Shathu Entayla
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