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El capricho del mundo

¿Y qué hacemos cuando el alma se rompe;
cuando entre la canción que nos da orden
a la vida y su idea no hay acorde;
cuando dicha se asoma y se esconde
tan cerca que parece estar adonde
está el más alto del más alto monte?

Y, si se rompe el alma, ¿quién dispone
de reparar, si sólo el alma escoge?
¿Cómo nos batimos cual luchadores
del vivir, si alma sueña el porvenir
y por venir a él, el tedio se impone
y el fiasco reina, y el hastío propone
el absurdo como bien y no pone,
ni hace, ni crea, ni siembra o recoge?
¿Cómo así se enfrenta uno al sinsentido
de estar vivo cuando el propio sentido
se proclama antes de que el mundo, nimio, 
decida si es propicio para sí mismo?
¿Acaso no es trampa elegir un destino
que quizá luego el mundo no te quiso?
¿No da hartazgo decidir lo más preciso
y el mundo replique desatinos?

¿Qué hacer cuando el alma se rompe entonces
buscando los pedazos del destino
que elegiste frente a todos los caminos
que fueron ignorados por los orbes?

Si alma es materia, átomos no disponen
de masa alguna o fuerza que soporte
el mínimo desgaste, ni el pitote
ruidoso que daña en lo más hermoso,
en lo más amado, en los más valioso
del corazón y que lo tiene a flote:
el deseo de libertad y que aflore
por doquier, y sin piedra que estorbe;
el deseo que albedrío y sino amores
sean, sin mundos piedras de sazones.

Ningún alma viva soporta mil azotes.
Sólo las almas muertas, pues son zotes
con muerta y tal ignorancia responden.
Ningún alma viva soporta la inquina
con la que nuestra propia y lista vida
triste se vuelve si su sino es torpe
tan sólo porque el mundo, inmundo borde
decide que un destino no se escriba.

¿Qué hacemos cuando el alma se nos rompe
si cuando el alma se rompe ya no hay vida?

Imagen generada por IA con Gemini (Flash 2.0)


 de ©Shathu Entayla

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