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Mostrando entradas de agosto, 2014

Tiburón: gendarme de almas

Ven, Tiburón tú, que nadas bajo en el fluido de mi espíritu. Come, depreda, sáciate extíngueme por dentro que sólo quiero que un tiburón me surque mar adentro. Eres un megalodon charcarodon bebedor de la vida de mis ansias amante del manantial de mis entrañas que brillan si matas añoranzas. ¡Vive para siempre en mi, Tiburón! Pues tú estás inmerso en el mar de mi alma y cuando transpiras por tus bellas branquias tú también te llenas de mí. ¡Vive y ama el océano! Que al igual que tú amas el agua el agua también te ama a ti; y tú, como único ser eternamente vivo en mis aguas como depredador de soledades y de las falsas nimiedades; tú, al no haber si quiera un viento en la superficie de este mar que pueda hacerlo fluir; tú, Tiburón eres responsable del flujo de mi alma al haber derrocado a todos los males dejando vivas las virtudes amadas tú, Tiburón, eres el amor que me posee y me sacia – que me protege de los peces parias. Por eso, tú, Tiburón

Mala madre. Mucho mejor crianza.

No me gusta el dolor. Es feo, repelente y doloroso (aunque lo de feo suene redundante). El dolor es graduable pero no existe unidad de medida más que quizá, las lágrimas o, – quizá un parámetro mejor – el tiempo que dura su eco en las entrañas. El dolor es asesino, alientante, injusto, macabro, raspante Como acostarse con un erizo Como ponerse zapatos de estropajo Como ahogarse en un vaso de agua a sabiendas de ser tú más grande. Es como la risa que desvela al muerto en su propio entierro, Como el pájaro que intenta volar sin alas y se precipita de lleno al suelo. Es poco descriptible si se enfada: sólo se puede gritar. Infantil, contradictorio. Maravillosamente hijo de puta cuya madre fue en su origen un pensamiento promiscuo que se vendió para violar a todas las alegrías hasta matarlas, secarlas degollarlas, desalmarlas; tapando al amor, crucificándolo, arrollándolo a un sitio inescrutable donde quien lo busca no puede encontrarlo hasta que el

Cuando se pule una estaca, prende menos

Qué típico: una despedida en un andén. Y en nuestro caso, en este, van dos veces. Recuerdo tenerte llorando y temblando en mis brazos. Recuerdo que ese día hacía frío, pero nosotros no teníamos. Me dijiste que querías decirme algo que nunca me habías dicho en persona: que estabas enamorada de mí. Un tiempo después te llamé cariñosamente mala persona, tonta, cabrona y de más insultos que tenías merecidos; por decirme eso justo cuando iba a meterme en el tren. ¡Hay que tener mala fe! Pero en ese momento quería literalmente matarte. Aunque pensándolo bien, era ya algo difícil: tú estabas muerta y acababas de matarme a mí. Hoy, un año después de aquello, estamos juntos en esa misma estación. Otra vez. Pero esta vez no lloramos. Quiero decirte algo que nunca te había dicho en persona. Que estoy enamorado de ti. ¡Bah! ¡Ya te lo había dicho!, y me llamas copiota y rencoroso, y te ríes; no puedo evitar reírme cuando te ríes, ¿sabes? Recuerdo que hace un año la despedida fue horrible. A lá