Ir al contenido principal

Cuando se pule una estaca, prende menos

Qué típico: una despedida en un andén. Y en nuestro caso, en este, van dos veces. Recuerdo tenerte llorando y temblando en mis brazos. Recuerdo que ese día hacía frío, pero nosotros no teníamos. Me dijiste que querías decirme algo que nunca me habías dicho en persona: que estabas enamorada de mí. Un tiempo después te llamé cariñosamente mala persona, tonta, cabrona y de más insultos que tenías merecidos; por decirme eso justo cuando iba a meterme en el tren. ¡Hay que tener mala fe! Pero en ese momento quería literalmente matarte. Aunque pensándolo bien, era ya algo difícil: tú estabas muerta y acababas de matarme a mí.
Hoy, un año después de aquello, estamos juntos en esa misma estación. Otra vez. Pero esta vez no lloramos. Quiero decirte algo que nunca te había dicho en persona. Que estoy enamorado de ti. ¡Bah! ¡Ya te lo había dicho!, y me llamas copiota y rencoroso, y te ríes; no puedo evitar reírme cuando te ríes, ¿sabes?
Recuerdo que hace un año la despedida fue horrible. A lágrima viva llegué al vagón y dejé todo rápidamente en los sitios estos donde se dejan las maletas, pero no puede volver a salir, ¿te acuerdas? Recuerdo que aún no había amanecido. Llorabas, ya no en mis brazos. Llorábamos desconsoladamente. Entonces se cerraron las puertas (aunque en realidad, para nosotros, se cerraron en cuanto entré en el tren) y me fui a la ventanilla del vagón-cafetería; todo el mundo me miraba, y me seguiste desde el otro lado del cristal y ambos pusimos la mano en él, pero no podíamos atravesarlo. Era imposible atravesar el cristal, y hacía frío. Y nos miramos a los ojos. Cómo te explico… imagina que la mirada fue como si tuviéramos dos estacas estocadas entre pupila, cristal y pupila. Entonces el tren zarpó y las estacas que nos unían por las pupilas se rompieron y empezaron a arder, y tú corriste tras el tren y cuando nos perdimos de vista, las estacas se habían consumido y teníamos una profunda herida en los ojos.
El caso es que un año después, acabo de entrar en el vagón otra vez y he dejado mis cosas. Casi se me caen las maletas y he tenido que ponerlas bien. He salido y estabas ahí esperándome distraídamente. Salgo a darte un abrazo y un beso y me meto en el vagón de nuevo. Es totalmente de día, pero el cielo está feo, con nubes grises. Me quedo en la puerta mirándote desde fuera y aparecen de nuevo las estacas en los ojos, pero más finas, y se reducen, se pulen hasta pequeños hilos rojos. No quedaba mucho para que saliera el tren, así que, mientras tanto, sin yo salir ni tú entrar (tú con las manos atrás, haciendo ejercicio de tu monería natural) nos damos besos en el umbral de la puerta. Ahora que lo pienso, esos iban a ser lo últimos besos que íbamos a darnos en mucho tiempo…
Los hilos rojos desaparecieron casi por completo. El tren pitó y me di con la puerta en la frente al cerrarse tontamente, ¿recuerdas? Tú lo viste desde el ojo de buey y empezamos a reírnos los dos. Vi desde fuera cómo te reías, de veras lo vi. No puedo evitar reirme cuando te ríes, ¿sabes? Siempre me gustó que lo hicieras. 

Comentarios

Popular Posts

Amores singulares, en plural

Y mirarte a los ojos y morirme de hambre por querer abrazarte por bailar en tus lirios. Porque yo codicio  almas con la piel y no es lo mismo que codiciar solo las pieles. Porque quiero el calor que dan y no la sangre que tienen. Porque un alma sin viajar  a ninguna piel pertenece. Yo pertenezco a quien me quiere. Y viajo de mí para tí. Quiero anidarme en tí  como el rocío a la tierra como el calor a la piedra como un romance en abril Quiero enternecerme en soñar tu cobijo. Quiero enternecerme en ti y eso elijo. Quiero que seas ese lugar donde perderme y bailar sin pasadizos. No sé quién serás, y no importa. Si me amares, es lo mismo. Pero luego te miraré reflejando tu amor porque, aunque para ser amado todo cariño es prolijo, tu color para amarme cambiará los ojos con que te elijo. Ven a besarme y a abrazarme y viajaré rápido al suicidio. Porque matarme por elegir amor no es más que vivirme en otro sitio. Ámame, que eso quiero. Que cuando falta, de amor, alivio todo los ...

El resquebrajo

Y de pronto el resquebrajo que ya sentía sólo sirve para acabar de romperme, y los pedazos de mí se clavan en mi capacidad de dormir, de sonreír y de querer la vida. Yo, que siempre fui la Antígona que va a morir por lo que le importa pero que se desnuda para sentir el aire frío y sentir que está viva. Yo, la Antígona, que muere cuando su hermano muere por segunda vez, está vez en el destierro de su cadáver. Yo, como ella, muero. La vitalidad de Antígona se va en su muerte. Su muerte es su muerte. Pero mi muerte es la vida.  El resquebrajo es como un desprendimiento: había indicios, pequeñas señales que el monte iba a caerse, pero de repente se cae, y parece que nunca hubo aviso. O que daba igual que lo fuera, porque era inevitable. Parece un capricho de Dios. Parece que no había nubes de tormenta. Pero, de repente, todo es barro, todo es polvo. Todo es hiel. El resquebrajo ya no es tal. Ya estoy roto. Como están rotas las conchas de mar llevadas por el agua. Como el mimbre cuando ...

Tener libido es de aliens

Leo una novela erótica. Me enternece la complicidad. Se ponen a follar. Me pongo nervioso. No cachondo, no. Nervioso como el gerbo que huye. Leo el polvo como leo un epitafio y me fuerzo a acabar el capítulo. (Aunque los nervios no querían). Una, tiene un orgasmo: vital y místico. Otro, no se corre pero: vital y místico. Se despiden. Se besan . Me enternece la complicidad. Acaba el capítulo. Cierro el libro. ... Me entran ganas de llorar. Acabo de leer sobre aliens. Los aliens no son de mi especie. Funcionan distinto. ... Me entran ganas de llorar. porque yo antes era un alien. Siento que nunca he follado. La parte de mi que folla se ha roto. Siento que nunca he querido hacerlo cuando siempre tuve luciérnagas en los ojos con los que miro todo. Algo de mi alma se ha roto. Y estaba en mi cuerpo. Y, dentro de mi cuerpo, en mis ojos. Algo de mi alma se ha roto. Algo vital y místico, como en ese polvo, que ahora es polvo de mis ojos. de ©Shathu Entayla