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Mostrando entradas de 2014

Ha llovido

Ha llovido. Y aún gotean los alféizares de las ventanas. Y siguiendo las gotas acabas mirando al suelo mojado. A veces dan pena las hojas de otoño bajo la lluvia, con las puntas de sus hojas caídas. Nunca están caídas las puntas de las hojas de otoño, pero el agua es capaz de hacerlas pesar tanto que no puedan levantarse. De hecho, si estuviesen secas, se levantarían. Casi parece que estas hojas marrones viviesen secretamente. Como pequeños contenedores de vida robada del árbol al que pertenecen cuya energía, aun extinguible con vanas gotas de agua, no desapareció. Parecen abejas en una piscina; aparentemente muertas sobre el agua, pero vivas cuando el agua se evapora. Preparadas para echar a volar de nuevo si eso ocurriese. Como cuando el tiempo seca el suelo de asfalto, y las puntas vuelven a levantarse, aprovechando el impulso para agarrarse a una furtiva y huidiza ráfaga de viento, que las lleva hacia el cielo, poblándose este, de pronto, de un sinuoso marrón y amarillo. Con ese z

Monólogo sobre el orden que buscando ordenarse se hizo caos

Es curioso… A veces, me encantaría poder gritar. A veces, me encantaría poder gritar y llorar. Poder decir la verdad. Pero para poder cargar un grito o una lágrima de verdad, primero tienes que conocer la verdad. Sino es imposible. Por eso cada vez que intento gritar o cada vez que lloro siento que tanto el grito como las lágrimas, están vacías. Cada golpe que doy en la pared, o en el estante, o en mi conciencia, resuena. Pero no suena a nada. Siento que todo podría acabar. A veces incluso querría que todo acabase. Acabase de la misma forma en que empezó aun sin saber cómo ha empezado. A veces lo que quiero que acababe o empiece, por desgracia, es incluso mi propia vida. Como que siento que sin la verdad no puedo vivir. No es una verdad cualquiera de la que estoy hablando. Estoy hablando de la verdad sobre mí mismo. La verdad me impide saber qué es mentira. Por tanto puede ser mentira cualquier cosa. Vivir en un mundo rodeado de mentira es caos. Sin sentido. Si el mundo es sinsentid

Monólogo interno con embrión de humanidad

¿Por qué no te beso ahora mismo? Aquí mismo. Entre la multitud aglomerada como abejas de este tren. Decirte "te amo" o "te echo de menos", sin conocerte de nada, y sentir que lo digo en serio. Pasar una tarde contigo que parezca una noche. Dejar que me abrazes con sentimiento y sinceridad, sin más prejuicios que los que tienes ahora, sin que te importe ni me importes lo más mínimo. Simplemente, dejarnos llevar hasta que nuestras vidas y deberes (¡aglomerados deberes!) volvieran a reclamarnos. ¿Por qué no podría amarte ahora mismo? ¿Qué; Quién me lo impide? ¿Sabes?, estoy seguro de que lo que me lo impide no es la distancia entre tu vagón y el mío. Totalmente seguro. De hecho, ahora mismo nos estamos mirando. Llevamos doce estaciones mirándonos y sonriendo furtivamente. Ininterrumpidamente. Cuando tus ojos no me miraban lo hacía tu nuca. Y los ojos de tu nuca no son tan bonitos como tus ojos marrones, pero son más sinceros. Son los ojos de tu nuca los que me avis

La luna de granito

El mundo no hace más que gritar en esta luna gris de granito. Las hojas de planta bailan solas. Solas y sin aroma bonito que acompañe su vaivén dichoso Qué triste triste es bailar solito por cada palmo de arena gris, en esta luna gris de granito. Y es que en todo todo palmo gris de polvo de luna gris de granito no hay nada más que las hojas verdes balanceándose. A poquitos, ni muy muy fuerte ni sin dejarse, no más que a merced del ventecito. A veces me siento planta verde; su viento parece mi destino. Me quedo frío en la luna gris; viento sin baile, plantas y gritos. Solo me quedo con tristes plantas; sólo anhelan quien baile consigo. ¡Qué pena! Que ahora es el viento quien por nosotros ha decidido dejar estéril de olor a esta luna sin nadie que baile en su granito.

Cuarteto que buscas cuerdas

Como un libro abierto sin letras mis ojos se pierden al mirar. Buscando un atisbo de luz que queme al fin mi soledad.

Lo que nos separó para volver a unirnos

Sé que a veces el pecho parece sangrar, y que cuando pones la mano sientes que es el corazón el que le apuñala certeramente. Sé que, sin querer, fui yo quien dio la orden a tu corazón de que te hiciese daño, y que le programé para que te llenase de alegría cada vez que me vieses para luego devolverte toda esa alegría concentrada en forma de bala de metralla cuando dejases de hacerlo. Y siempre queda en la herida abierta de tu pecho sangre oscurada por el dolor y los fragmentos de metralla se quedan clavados en ti, y se acaban cristalizando en esperanza. ¡Claro que sí! Si la bala provino de la alegría, los restos en tu pecho no pueden ser de otro material. Esperanza de volver a verme de nuevo para calmar tu dolor y, por ende, eternizarlo cada vez que dejes de hacerlo. Ojalá nunca hubiese descubierto el mecanismo que programaba a tu corazón a suicidarse lentamente. Pero lo hice. En tu corazón y en el mío. Y no hay vuelta atrás en la secuencia de autodestrucción. Y sé que lo sa

Otoño de hoja caduca

En la calle un niño recoge una hoja de otoño. De las primeras que caen. De esas que caen cuando todavía la gente no se ha percatado de que ha empezado, pero que, sin darse cuenta, ya está apoyado en el regazo del frío. Ese frío que suele ser preludio de muerte algunas veces, sobretodo para personas ancianas, o simples cambios en la vida porque termina el verano y la aparente comodidad, y hace acto de presencia la crudeza de la vida misma. Y un niño cogía de la mano a esa crudeza. Y se la guardó en el bolsillo. El pequeño niño otoñado, se subió a un tobogán del parque. Un tobogán que para él era toda una aventura. Sentía esa electricidad tímida por su cuerpo que se hacía más fuerte a medida que descendía, a medida que aumentaba la velocidad. Y para él era claramente necesario volver a subir, porque la electricidad si no se desvanecería. A su padre, que estaba al lado, apenas le llegaba el tobogán a la altura de la cabeza, pero también sentía esa electricidad de aquel niño,

Migración

Alejandro salió de madrugada. Andando por el bulevar veía cómo los pájaros abrían el cielo. Llegó al cementerio. Se sentó delante de la lápida de su mujer: “Elisa Rodríguez. 37 años. Tu marido te recuerda”. -         ¿Qué tal estás, Elisa? –le dijo Alejandro mientras Elisa se sentaba a su lado. -         Bien, creo. No se está demasiado mal aquí. Los dos se quedaron mirando al cielo. Los pájaros volvieron a abrirlo mientras la camiseta y el pantalón corto de Alejandro se mecían con el viento. Como llevándole con ellos. El sol poco a poco se abrió paso entre las montañas mirando de frente a los ojos de Alejandro. Las flores de la primavera sumergían el cementerio en la más colorida belleza. -         El cementerio es bonito –dijo Elisa sin mirarle. -         Eso dicen. -         No has cambiado nada. -         No suelo hacerlo. -         Al menos sabes que te quería, ¿verdad? –dijo Elisa. -         Como todos. -         ¿Me querías? –dijo mirando a sus ojos

Romance de desamor y rabia

Intento entender entonces pero el nudo en el estómago se vuelve garra y se me acaban los versos a las pocas palabras pues intentan parar mi pluma mis enfermizas entrañas. Pero el golpe de viento desenfrena mi alma lanzándola como luces e inmoladora rabia; como raudos dolores que se hacen metáfora. Cuando fruncen el ceño las densas bitácoras -los recuerdos con lastres- las confusiones se amarran de estantes de historas pasadas por agua que fueron recuerdos mojados con habla. Habla que le siguió a los actos actos acabados en rabia. Culpa y lírica derramada en cada dolorosa magia. Magia llamada poema. Dolorosa llamada alma. Confusiones que no liberan al que las escribe o las lanza. Son producto de agniciones o de vivencias, o de savia negra savia que contamina los recuerdos del que ama. Y cuando quiere amar o ha amado esa savia se dispara y sin previo aviso impregna de ceguera, y no se sana. Pero una

El arte de recordar

Cada gesto sabe a miel cuando escribo en esta hoja. Y aún más cuando sé que escribo porque he tenido algo maravilloso: un recuerdo. Esa cosa que no es cosa por no es en ninguna parte. Pero siempre está en alguna parte. Siempre que aparece, los ojos dejan de funcionar y reproducen un vídeo durante unos instantes. Unos instantes que no tienen tiempo. Como si por un momento pudieras no vivir y recordar. O mejor, como si fuera necesario no vivir durante ese instante para poder recordar. Por supuesto hay recuerdos más allegados que otros y, como cuando ves una película. produce una reacción. Una catarsis fugaz y efímera acompañada de una sonrisa, de una mala cara, de una mirada, de un suspiro. Pero los recuerdos que más mueven son aquellos que darían ganas de representar y describir in situ y recrear, quizá (o muy probablemente) de forma torpe, pero que serían como revivirlos otra vez. Revivir con el corazón. Es curioso: Recordar. Re- cordis (corazón). Que recordar significa exactamente

El gong

Suena un gong y el agua recibe su eco en forma de ondas. Los pájaros vuelan exitados hacia las nubes blancas que se apartan con el viento. Hasta que se forma un claro en el cielo. Suena un gong y el agua recibe su eco en forma de ondas. Los pájaros, muertos y no hay, no hay nubes blancas que se muevan con el tiempo. Hasta la tormenta arreciando de nuevo. Suena un gong y el agua recibe su eco en forma de ondas. Los pájaros, ocultos en su nido y con las nubes negras que truenan sobre el suelo. Y el hombre que toca el gong tiene el gong ya en el suelo, y ningún eco de gong retorna al cielo. Hasta que vuelvan las nubes blancas si quieren, de nuevo. Sin el gong. Sin el eco. Sin pájaros muertos.

Monólogo de amor con fuerza de silencio

Es como que hubiese algo que no quiero reconocer. Como que tuviese que reconocer que no te amo, o que no quiero pasar el resto de mi vida contigo y tuviera que gritarlo a los cuatro vientos en el Templo del Gato. Donde siempre nos hemos gritado lo contrario: que nos amamos. Y lo único que me apetece gritar en ese Templo es lo que hemos gritado siempre. Y no quiero gritarlo solo. Y no quiero dejar de gritarlo nunca. Quiero gritarlo incluso cuando mi voz no pueda. Si mi voz no puede perturbar el viento con confesiones de amor que lo hagan nuestros corazones latiendo el agua. No quiero que te vayas nunca de mi vida. Soy un puto miedica y tengo miedo a perderte. Si veo una hoja posándose en tu cabeza, creo que podría matarte. Si veo tu espalda vuelta, aunque nunca me des la espalda, siento que podrías andar lejos de mi, sin mirar atrás, sin mirarme, nunca más, y nunca volvería a ver tu cara. Siento que si los dos nadamos por rutas distintas nos perdamos entre las olas, aunque el dí

Instrucciones para amar y que te amen paso a paso.

Coge a la persona que más se aleje de tu ideal de persona perfecta. O, mejor, no tengas ideal. Escoge a alguien que sepa amar y, si sabes amar, ama y aprende a amar mejor, de tal forma que sus defectos te hagan reír después de hacerte llorar. Después sepárate de él o de ella y echa de menos. Todo lo que puedas. Pero no contactes con ella o él; más cálido será el reencuentro. Cuando éste llegue no beses, ni mires con vehemencia, sólo pregúntale qué tal está y haga lo que haga, olvídalo, no lo pienses y deja que surja – ya sea una respuesta, una mirada o un beso – pues ya se encargarán los sueños por la noche de guardar los recuerdos, y el día siguiente, de recordarlos. Repite esto con tu amante día tras día (los que se puedan) y deja que la pasión decrezca hasta su madurez; hasta que esté más cerca de su muerte que de su infancia. Entonces, y sólo entonces, recuérdale todas las pasiones y olvídalas de nuevo, y dile, por primera vez, que la amas o que lo amas, y olvídalo también.

Mala hierba

Quiero ser alegre (y no sólo feliz) contigo. Querría verte sonreír tan cerca que mis ojos se desenfocasen. Y me duele muchísimo no estar contigo. Mi cabeza se defiende de ti, y me confunde, pero sé que te quiero, y quiero quererte siempre, y sobretodo, amarte, y decirte que te amo en un susurro, y suplicarte con abrazos que no des un sólo paso lejos de mí, y correr juntos sobre las nubes, como dos niños, y caernos al vacío como bombas, pero levantar el vuelo como halcones, y separarnos, muy lejos, pero estando siempre a una mirada de poder recruzar nuestro rumbo, un rumbo que sea distinto, pero cada uno por separado lo hagamos juntos.   Quiero morirme y despertarme como mala hierba en la junta de una baldosa de tu ventana, y que me riegues con tus lagrimas, y me nutras de la luz de tu sonrisa. Y como toda planta no podré moverme, y a veces con mis rayadas le diré a las nubes que lluevan para que cierres la ventana, pero cuando la abras, algún día que no llueva; que vivamos en un des

Cuestión de Identidad

TESTIMONIO Estaba entre cuatro puertas de plástico y un techo oscuro, hace mucho tiempo, preguntándome qué hacía ahí sentado. Muchas veces cuando pienso en mi apreciado osito de peluche. Aún me cuesta recordar por qué lo encontré allí, sentado, cabizbajo, muerto, con el pelaje que una vez fue de paja mojada y que ahora era de hebras deshilachadas. El plástico fue una vez transparente, ahora es translúcido, pero en ninguno de los casos me sentía menos atrapado. Ahora, de hecho, no veo salida. El mundo es sólo lo que vivo: me siento más protegido. Durante años, las serpientes de paja del osito se han ido cayendo, rodeándole, como un halo de luz opaca en una tumba, pero, a diferencia de una de ellas, el osito estaba de pie. Hace mucho tiempo que las luces parpadean agonizantes y no se apagan, aunque las bombillas están empañadas. El agua se condensa en el cristal de las bombillas y en las puertas de plástico y las gotas caen arrastrándose hasta congelarse, y quedan sentadas, cabi