¿Por qué no te beso ahora mismo? Aquí mismo. Entre la multitud aglomerada como abejas de este tren. Decirte "te amo" o "te echo de menos", sin conocerte de nada, y sentir que lo digo en serio. Pasar una tarde contigo que parezca una noche. Dejar que me abrazes con sentimiento y sinceridad, sin más prejuicios que los que tienes ahora, sin que te importe ni me importes lo más mínimo. Simplemente, dejarnos llevar hasta que nuestras vidas y deberes (¡aglomerados deberes!) volvieran a reclamarnos.
¿Por qué no podría amarte ahora mismo? ¿Qué; Quién me lo impide?
¿Sabes?, estoy seguro de que lo que me lo impide no es la distancia entre tu vagón y el mío. Totalmente seguro. De hecho, ahora mismo nos estamos mirando. Llevamos doce estaciones mirándonos y sonriendo furtivamente. Ininterrumpidamente. Cuando tus ojos no me miraban lo hacía tu nuca. Y los ojos de tu nuca no son tan bonitos como tus ojos marrones, pero son más sinceros. Son los ojos de tu nuca los que me avisan de que tus marrones van a intentar clavarse en mi cara, y me da tiempo a prepararme. Realmente nadie más en el tren nos presta atención. Realmente a nadie le importaría que nos besásemos ahora mismo. A nadie. Si siquiera a ti. Ni a mi. Ni a tu nuca.
Aunque supongo que te vas a a bajar del tren. A mi aún me quedan unas cuántas estaciones. Es lo que tiene entrenerse en una línea circular: que luego tienes que dar toda la vuelta otra vez. Pero, ¿cuántas vueltas hubiese dado si esa mirada se hubiese convertido en esa tarde? Esa tarde que hubiese parecido una noche. ¿Cuántas vueltas hubiésemos dado si hubiésemos aceptado que nada ni nadie impedía que nos acercásemos; que ambos necesitábamos ese abrazo sincero y sentido; que necesitábamos amar y ser amados? Necesidad de amor que dejamos centrifugar con el tren de la línea circular. Por la tangente. En tu siguiente estación. ¿Cuántas vueltas podríamos haber dado si tus ojos marrones me hubiesen mirado tanto como lo deseaban los de tu nuca, al bajarte del tren? ¿Cuántas? ¿Cuántas vueltas vas a dar sin mí? ¿Cuántas me quedan por dar sin ti?
¿Por qué no podría amarte ahora mismo? ¿Qué; Quién me lo impide?
¿Sabes?, estoy seguro de que lo que me lo impide no es la distancia entre tu vagón y el mío. Totalmente seguro. De hecho, ahora mismo nos estamos mirando. Llevamos doce estaciones mirándonos y sonriendo furtivamente. Ininterrumpidamente. Cuando tus ojos no me miraban lo hacía tu nuca. Y los ojos de tu nuca no son tan bonitos como tus ojos marrones, pero son más sinceros. Son los ojos de tu nuca los que me avisan de que tus marrones van a intentar clavarse en mi cara, y me da tiempo a prepararme. Realmente nadie más en el tren nos presta atención. Realmente a nadie le importaría que nos besásemos ahora mismo. A nadie. Si siquiera a ti. Ni a mi. Ni a tu nuca.
Aunque supongo que te vas a a bajar del tren. A mi aún me quedan unas cuántas estaciones. Es lo que tiene entrenerse en una línea circular: que luego tienes que dar toda la vuelta otra vez. Pero, ¿cuántas vueltas hubiese dado si esa mirada se hubiese convertido en esa tarde? Esa tarde que hubiese parecido una noche. ¿Cuántas vueltas hubiésemos dado si hubiésemos aceptado que nada ni nadie impedía que nos acercásemos; que ambos necesitábamos ese abrazo sincero y sentido; que necesitábamos amar y ser amados? Necesidad de amor que dejamos centrifugar con el tren de la línea circular. Por la tangente. En tu siguiente estación. ¿Cuántas vueltas podríamos haber dado si tus ojos marrones me hubiesen mirado tanto como lo deseaban los de tu nuca, al bajarte del tren? ¿Cuántas? ¿Cuántas vueltas vas a dar sin mí? ¿Cuántas me quedan por dar sin ti?
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