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Mostrando entradas de mayo, 2015

Añoranza de párpados

Echo de menos. "¿Qué?”, me dirán. No sé. No sé si a ti. No se si a mí. No sé si a mi propia sombra desde cuya luz madre veo tus pestañas cerrándose lentamente como un parpadeo, y abriéndose rápido como un suspiro. Echo de menos. "¿Qué?". "¿Qué de qué?" les diría. Que no sé. No sé si a ti a mí a ambos. Mira, es que somos moscas sobre un vaso ambas de frente con el hueco entre ambos. Moscas pretendiendo volar sin alas saltando el hueco en vez de bordearlo. Echo de menos. "¿El qué?". No sé. No sé qué echo de menos. ¿A ti, a mí, a mi sombra, al hecho de echarte de menos? Echo de menos amarte tanto entregárteme tanto. Echo de menos tu forma de fiarme tus miradas de darme la llave y la puerta del origen de tus ansias con un beso, con un abrazo contigo. Echo de menos echarte de menos. O sea, a ti Es decir... Te echo de menos tanto que parece que nunca lo he hecho. Incluso a mí me lo parece y me confundo. Y luego

Hamartía

Requiebros miles atados en la madera de mi alma cuyas cortezas soportan los pesares y bonanzas. Que un pesar son mil pesares si tal esos miles se encarna, y aunque les siguen bonanzas a veces no sé si bastan, porque la piel de madera al cortarse ya no sana y ya son muchos requiebros en la corteza de mi alma. Y es que amar, pues, es amor, y herramienta del que ama y es que el hierro de ésta, yerra y sin quererlo, nos daña ¿Cuántos “lo siento” he dicho por ansiedades, brotadas de un maldito mejunge con emociones mezcladas de la arpía que es tu vida y de la mía que es vana? Algo dentro, se ha roto. Me lo han matado en la espalda. Al lado izquierdo del pecho donde mi sangre es riada de ríos que reparten los pesares y bonanzas. Algo dentro, se ha roto, ¡y se lleva las bonanzas!, y roto ya mi lado izquierdo los pesares, hacen yagas. Las bonanzas que se quedan se las lleva la puntada se las lleva el desamor ¡Una espada (

El sonido del espacio

Juro solemnemente que me sorprende cómo la gente puede vivir sin mirar al cielo por las noches. Nadie es capaz de no dejarse hipnotizar por la Luna y las estrellas. Y quien diga que sí, no le creo. Pero claro, la contaminación lumínica, las luces perpétuas de las calles y el tener que estar pendiente de ir a algún sitio –normalmente con mucha prisa– no da tiempo de nada. Volvía a mi casa huyendo de toda esta coyuntura a la una de la mañana, después de haberme tomado unas cañas con unos colegas. Sin más, de tranquis. Nada de fiesta. Lo que pasa es que lo tranquilo suele hacerse tarde rápido. Salí del metro con los cascos puestos, escuchando una canción lenta. Apenas unos violines, un piano, percusión suave y la voz de un tenor ligero sobre mis oídos que escindían mi realidad en ella y el mundo musical en el que me había inmerso, cuyo punto de inflexión era yo bailando y cantando sin importar quién o qué me viera.  Así estuve cruzando una avenida hasta que me soprendió un p

Espejo vivo. Reflejo roto

Por favor, vete. Dime que ya no estás allí. Dime que cerrar los ojos me ha servido para que te vayas. Dime que no me estás escuchando. Por favor, no existas más. Por favor, conviértete en un amargo recuerdo para siempre, pero vete de mi vida. Vete. Vete. Vete. Voy a abrir los ojos, y veré que no estarás. Que ya te has ido. Que no podrás volver estés donde estés. Los abro, ¿eh? ¡Y espero que no me estés escuchando! Una, dos y tres… Lo suponía. ¡Tenías que estar ahí! Como la insalvable maldición trágica. Como la muerte que acechaba a Romeo y Julieta. ¡No puedes irte! Claro que no. Existir es natural en ti. Como lo es en mí. Pero, amigo mío, ¡soy yo el que vive ahora! Y tú eres solo un cabo de hierro de mi pasado que quiero que desaparezca. ¡Quiero que te vayas! ¡Que alejes tu dolor pasado de mi presente existencia! Quiero que ese que está mirándome desde el espejo llorando, deje de llorar; que se dé una hostia en la cara y que grite; que si le apetece pegarse un tiro, que lo haga, que si

Estoy sufriendo

— Estoy sufriendo. — ¿Pero no eras tú el que creía en el amor fati ? — El amor fati sólo dice que todo en la vida por ser parte de la vida es bueno, no que lo malo de la vida no duela. — Bueno, pues deja de que pase. — Pero, mientras, ¿qué hago? Mientras, estoy viviendo, y no puedo no vivir. — Ya… Eso es un problema. — ¿Ves? — Pero decir que un problema es un problema, no te ayuda en absoluto, ¿verdad? — Pues no. No mucho, francamente. — Ya… tiene sentido. Es que es complicado.   — ¡No me hables de «complicado»! ¡Es tan absurdo decirme que la vida es complicada como decirme que tengo un problema! — Bueno, ¿y qué quieres que te diga?   — Eso me gustaría saber a mí.   — Ya… Es que es jodido no saber qué quieres.   — Y dale...   — ¿Qué pasa?   — Pues que decirme que no sé lo que quiero es tan obvio como decirme que es complicado, y que tengo un problema.   — Entonces, ¿qué te digo? ¿Te doy una palmadita en la espalda, tiro una bomba de humo, desaparezco, y dejo que te p

La sombra de Phi

DRAMATIS PERSONAE PHI, un insomne por naturaleza AMANECIDO, su sombra ACCIÓN De noche. Está amaneciendo. PHI está nervioso a un lado del escenario, buscando en la oscuridad de la noche algo que no le pertenece. A la noche, claro. Un rayo de sol interrumpe su búsqueda dándole en las narices desde el otro lado. Mira ansioso a su espalda. El sol le ha hecho una sombra. PHI, ríe. PHI. –   (Se agacha para mirar su sombra.)  ¡Por fin! Ya estabas tardando en llegar AMANECIDO. – No soy como tú que vives las veinticuatro horas. PHI. – Ya lo hemos hablado. Tú también vives esas horas, lo que pasa es que por la noche te diluyes, y hablas tan bajito que no se te entiende. AMANECIDO. – Pues eso, como si no viviese. PHI. –  (Se levanta y echa a andar hacia el sol. No mira su sombra.)  Eres un quejica... AMANECIDO. – ¡Encima! PHI. – No, en serio. Eres un quejica tío. AMANECIDO. – Cómo me jode a veces ser tu sombra. No te lo imaginas. PHI. –  (Se sienta en un banco q