Puedo escribir relatos tristes. Como llevo escribiéndolos años. Puedo llorar estrellas que se pierden en el río mientras me siento al borde de la cascada y hablo con ella en el único idioma que la naturaleza entiende. Mi compañero de viaje al fin me alcanza, sofocado. Me coge de la pechera y ruge. La naturaleza calla. Me lanza su puño violentamente a la cara y salgo disparado. Puedo volar. Estoy volando sobre el hueco del acantilado. En un segundo empezaré a caer. Mi compañero intenta agarrarme lanzando mi nombre en un grito, que se extiende como la onda de un paso del gigante de la muerte sobre la tierra. El segundo pasa. Mi cuerpo, como su la carne sin mi voluntad tuviese conciencia, acelera hacia abajo, siguiendo las gotas de agua que se precipitan veloces. Esto al principio, ocurre sutilmente. Tras ese segundo mi compañero me agarra de la camiseta, ansioso. Le miro un instante. Lo que tarda en moverse un ojo, o el cuello de un gorrión. Su cara parece de suricato cuando
Un blog de escritura. De letras que vuelan y no saben adónde. Pero te digo de corazón que todo tiene alma aquí.