Me dan ganas de reírme sin motivo. Tengo un duende en mi garganta dando pataditas. Bota en mis comisuras como en tierra una canica. Me da ganas. Me dan ganas de besarte a ti. Decir que te abrazaría hasta esconderme en tu ropa. Hacerme tan pequeño que podría columpiarme en una fibra. Ducharme en tu sudor de verano agua limpia. Y no te conozco todavía. Pero si ves unos ojos brillantes jugando con una gota de lluvia. Si, quizá, ves a un niño grande haciéndose un ovillo en una silla. Si ves una mano agarrando un dardo solo por el gusto de volar a la diana. Seré yo. Cuanto más te hablo más bota el duende. Más alto. ¡Más alto! Cuanto más alto más temo que la sombra de su bote, génesis de mi risa sobre mis labios, no regrese jamás. Cuanto más alto más ganas me dan de mojarme, de esconderme de clavarme en la diana. Si ves a un niño grande con edad de ochenta años. Seré yo. De nuevo. Y en ese momento no me...
Un blog de escritura. De letras que vuelan y no saben adónde. Pero te digo de corazón que todo tiene alma aquí.