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Mostrando entradas de julio, 2016

Sobre duendes, los labios

Me dan ganas de reírme sin motivo. Tengo un duende en mi garganta dando pataditas. Bota en mis comisuras como en tierra una canica. Me da ganas. Me dan ganas de besarte a ti. Decir que te abrazaría hasta esconderme en tu ropa. Hacerme tan pequeño que podría columpiarme en una fibra. Ducharme en tu sudor de verano agua limpia. Y no te conozco todavía. Pero si ves unos ojos brillantes jugando con una gota de lluvia. Si, quizá, ves a un niño grande haciéndose un ovillo en una silla. Si ves una mano agarrando un dardo solo por el gusto de volar a la diana. Seré yo. Cuanto más te hablo más bota el duende. Más alto. ¡Más alto! Cuanto más alto más temo que la sombra de su bote, génesis de mi risa sobre mis labios, no regrese jamás. Cuanto más alto más ganas me dan de mojarme, de esconderme de clavarme en la diana. Si ves a un niño grande con edad de ochenta años. Seré yo. De nuevo. Y en ese momento no me

Confesión de garganta ajena materna

Lloro gritos de silencio con importencia mezclada y en mi alma encarnizada se desatan temores de abismos. Ya te he dicho. Yo te digo que un grito es un grito. Lo oyen pájaros y muertos. Gorriones. Bosques. Niños. Yo me postro a lo valiente. Me hundo en el filo de la espada, y entre gritos de silencio combatiente, atravesando, desde sueños, mi almohada. A veces, el silencio es caliente. Es ardientemente caliente. Llamas de silencio negro sin calma que sobre la hoguera se sacian. Amor de madre en llamas. Amor de rara a rana sin príncipes que valgan. Madre pensando en tartas para el no-príncipe. La rana con quien comparte vida y cama. Imagen de Desertrose7 en Pixabay

Conato de ruego

Mesa de billar con café caliente entre los labios Arriban males. Todos años concentrados en minutos de discordia bien cerrados. Mesa de salón con bravas delante del viento. Papas volando entre pensamientos. "¡Qué salaos!"  Eso dice la némesis optimista del pensamiento. Pero en la mesa de bar en el nudo de la noche, con birra ardiendo, surgen otros pensamientos. Quizá ruegos. Chantejes. Reproches. Duelos "¡Qué salaos!"  Eso solía decir antes de ser pesimista, el pensamiento. Y aunque lo intuyo, no puedo poner blanco sin que salga el negro. No se puede. No yo. No espero. Trago todo negro para que no llegue a los blancos huesos. Desespero mi pensamiento y sangro escupiendo este blanco papel pintado con lo que querría que fuesen ruegos. Pero esta tarde con la que poemo no es más que blanca para ellos Quienes me están viendo escribiendo.   Es por eso que miro, que no ruego. Y en vez de rogar, pierdo el tiempo.

El cardo

Cogí aquel cardo con las manos me clavé profundamente sus púas y entre risas que sollozan lo amé profundamente. Las amé profundamente. Como el cordón que destripa un tarro de mermelada. Como las húmedas pestañas abiertas al párpado que protege. Como el acidificado aliño a la escarola en la ensalada. Como cárcavas a piedras que no se mueven. Y es que la mano con el cardo duele. Él cogió mi amor entre veranos que dormían sobre su sombra. Las púas las dejó tiradas después de curármelos. Después de curármelos. Como pintor de blanco a un abrigo de armiño. Como el aire a una vida inmaculada. Como una mano de muerte a la cadera de un sano niño. Como la muerte a una vida ya acabada. Y es que la mano con el cardo, sin quererlo sana Besó el cardo mis manos y yo tragué sus púas. Se quedó el cardo punta por el miedo, ahora, a mis ayudas. Por el miedo a mis ayudas. Como un liquen que quiere serlo sin el musgo. Como un andrógino que quiere estancarse en sólo un s

Te beso con buenos ojos

El amor me está tocando estos días. Tengo abierta la mirada a la gente, y como niño tierno y sonriente, si observo no hay miradas vacías. Todo ojos. Todos labios todavía que desean que alguien los bese fuerte, con una mirada justa que acepte que son, que desean; lo que serían. No es sólo casualidad que te llegue a ti, ahora, este soneto, querida. Ahora estás anhelando ser tú misma. No es sólo casualidad que te llegue de quien te mira como no te miras un beso que te ama con justicia. Fotografía de Zorro4 de Pixabay

Bajo la lluvia

Hace calor. De ese que se adsorbe a la piel. Hace un calor horrible, pero sé que esta nube gris va a caer sobre mí. Va a pescar cada lapa de calor con una gota de agua. ¡Mira! Aquí viene. Amor, dame la mano. Cantemos Singin’ in the rain otra vez .   Ambos parecemos desnudos. Tu camiseta blanca se transparenta haciendo burbujas sobre tu piel. Tu pelo parece una sinuosa escultura de hielo estalactítico goteando para crecer. Te ríes de mis chanclas y yo de tu parcial y cándida desnudez. Te beso. Cierro los ojos. Las gotas de tu cara rebotan a la mía y me averiguo partes de tu cara que de otra forma no podría percibir. Nos abrazamos dejando que la lluvia se cuele entre nosotros. Como pegamento líquido. Luego me señalas un charco. No tenemos edad para juegos de niños, pero nos convertimos en dos de ellos. Por primera vez en mi vida, chapoteo en los espejos del cielo que hay sobre la acera. Espejos que estallan en más lluvia y en suciedad de asfalto. Polvo. Tierra. Alquitrán. Cuant

Halcón de halcones

Un halcón milenario sobre mi mirada se posa. Volando pronto pronto se anquilosa entre nubes calmas, nubes rosas. - ¡Arriba el atardecer, Perico! Y todo el cielo es rojo y rosa. - ¡Arriba el halcón de la Espinosa! El monte en que las miradas se tocan. Y van los halcones volando soltando miradas de losa sobre los atentos miradores sobre los que caen sus sombras. Y pronto el cielo es más rojo y rosa con nubes negras poblando el aire con plumas de mariposa. Un halcón milenario sobre mi mirada se adorna. Girando, amando, el brillo le rebosa extendiendo sus rayos en las nubes rojas por encima de las miradas de la Espinosa. Foto de annieannie en Pixabay