Cada vez que veo que por las costuras de tu estima troyanos negros avanzan pretendiendo aniquilarla, tendría una conversación seria con cada astilla, con cada tablón de esos caballos de madera que en ti se cuelan. Y, aunque me hablaran con el idioma de los árboles y como hablar con mármoles hablarles fuera; y, aunque me hablaran con el idioma de la tierra que, en principio, representa todo lo efable -y que por prestigio divino un respeto mereciera- aún así les diría que se fueran. Que en esas costuras de tu estima sólo debieran entrar cosas buenas que mereces que te quieran. Que toda belleza, como tú, tiene grietas, y nadie derecho les ha dado a esos caballos troyanos a entrar ahí por la fuerza. Ellos son pensamientos que te hablan mal de ti y que, si esperas, te hablan con paciencia y que, en el fondo, te alientan. Todo abismo cuando te habla duele siempre y siempre también acierta. Pero tus troyanos no te alientan (o la forma de que lo hagan no encuentras) En tu caso esos troyanos,
Tamara Kvesitadze hizo "Ali y Nino": ese par de estatuas que se entrelazan pero que jamás se tocan. Ali, era musulmán. Nino, cristiana. Tamara, quería hablar de un amor imposible pero que no se puede borrar. Yo, no veo eso. Yo veo dos cuerpos que de vez en cuando comparten el volumen de su espíritu y siendo uno, son ellos. No es, para mí el relato frío de las almas que quieren y nunca se mezclan. Es, más bien, el relato cálido de las que no se distinguen juntas y que, a la vez no dejan de ser ellas. Es el relato de la permeabilidad, de la identidad humana, que es bella y una por ella misma, pero que cambia de forma cuando otra la entrelaza. Y viceversa. Es, para mí, el relato que dedicaría a mis manos. El relato sobre las pieles que asgo, que acaricio y que amo. El relato de lo suyo dionisiaco, del éxtasis; del olvido de uno mismo en el contacto con otro, pero sin nunca perder la esencia en el tacto. Estas no son las estatuas de Tamara. Pero, abriendo el corazón podrían serlo