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Arenga contra tus caballos

Cada vez que veo que por las costuras de tu estima troyanos negros avanzan pretendiendo aniquilarla, tendría una conversación seria con cada astilla, con cada tablón  de esos caballos de madera que en ti se cuelan. Y, aunque me hablaran con el idioma de los árboles y como hablar con mármoles hablarles fuera; y, aunque me hablaran con el idioma de la tierra que, en principio, representa todo lo efable -y que por prestigio divino un respeto mereciera- aún así les diría que se fueran. Que en esas costuras de tu estima sólo debieran entrar cosas buenas que mereces que te quieran. Que toda belleza,  como tú, tiene grietas, y nadie derecho les ha dado a esos caballos troyanos a entrar ahí por la fuerza. Ellos son pensamientos que te hablan mal de ti y que, si esperas, te hablan con paciencia y que, en el fondo, te alientan. Todo abismo cuando te habla duele siempre y siempre también acierta. Pero tus troyanos no te alientan (o la forma de que lo hagan no encuentras) En tu caso esos troyanos,
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Las otras mismas estatuas

Tamara Kvesitadze hizo "Ali y Nino": ese par de estatuas que se entrelazan pero que jamás se tocan. Ali, era musulmán. Nino, cristiana. Tamara, quería hablar de un amor imposible pero que no se puede borrar. Yo, no veo eso. Yo veo dos cuerpos que de vez en cuando comparten el volumen de su espíritu y siendo uno, son ellos. No es, para mí el relato frío de las almas que quieren y nunca se mezclan. Es, más bien, el relato cálido de las que no se distinguen juntas y que, a la vez no dejan de ser ellas. Es el relato de la permeabilidad, de la identidad humana, que es bella y una por ella misma, pero que cambia de forma cuando otra la entrelaza. Y viceversa. Es, para mí, el relato que dedicaría a mis manos. El relato sobre las pieles que asgo, que acaricio y que amo. El relato de lo suyo dionisiaco, del éxtasis; del olvido de uno mismo en el contacto con otro, pero sin nunca perder la esencia en el tacto. Estas no son las estatuas de Tamara. Pero, abriendo el corazón podrían serlo

Quienquiera que seas

Nietzsche. No sé quién era pero tenía razón: el retorno es cierto. Un día ando por el parque y soy más viejo que el último día que anduve. Pero es el mismo parque y los pasos, idénticos. Atesoro esa vez que te conocí (quienquiera que seas) y el momento de mi vida era importante pero tú no me importabas, y, a fuego lento, acabó siendo al revés: se acabó haciendo trivial el momento  y te empecé a querer. Y no es  la primera vez que vivo esto. Yo ya te he visto (quienquiera que seas) entrando y saliendo de mis adentros. A tu lado ya meé fui contigo al teatro te conté quién era nos reímos juntos nos enfadamos  nos besamos nos follamos dejamos de follar nos abrazamos nos lloramos nos vimos todos los días estuvimos sin vernos años bailamos, cantamos jugamos te presenté a mis padres te presenté mi vida de hoy, de mañana y antes fuimos amigos fuimos amantes sólo una de las dos o las dos cosas vivimos cosas random  quisimos querernos y recordar recuerdos que no recordamos. Hay momentos importan

Un intento de abarcarme

Hoy he abierto el porno y quería entenderme con un poema. Pero algo de mí suena a lo-fi, a grano gris en el televisor, a polvo No. Yo, ya no me escondo: que ya no me gustan las despedidas. Antes era lindo lo romántico. Ahora echar de menos siempre me gana y añoro. Bueno, me escondo un poco: no son solamente las despedidas. Es el miedo y hambre de lo íntimo: y a perderlo con dolor y desdén, sin gozo. Hay un atasco al fondo de mí. Algo palpita. Es algo serio, confuso pero prístino, seco, orondísimo, imperfecto y nostálgico. Es hondo. Es que el amor lo es todo pues convierte en él todo lo que toca pues de la nada saca sentido ¿Pero y yo por qué hablo de amor ahora? ¿Soy tonto? Sin comprender, me arrojo a una cascada que tenía dentro. Me mojo buscando en cada gota el sentido, y aún así, no lo encuentro. No hay modo. Me aburro. Me despojo. de todo. Me aburro de mí. Me rindo. Quiero mi mecedora de pueblo, morirme en ella y que siga meciendo mis ojos. Mece-... ¿qué? Estoy loco ¿Cómo que "

Un abrazo

Alquitranes húmedos besan mis sketchers ya pasadas dadas de sí por miles de pasos. Unos andados, otros bailados. Otros que buscan algo. A veces, en estas noches como un pecíolo de hoja que, en otoño se resquebraja en silencio mucho antes de caer, mi ánimo, también se resquebraja. De mis ojos salen lágrimas  que son de aire porque la humedad la tienen el alquitrán y mis pasos y mi sudor y mis pasos. Y por la soledad de dentro de mis ojos no sale nadie. Muchísimas noches abrazaría el aire me devolvería el abrazo más amable el más tierno, el más gentil, y el más suave Pero es que de todo eso es demasiado el aire y se desharía entre mis manos de carne. Necesito un abrazo que sea tierno y terso y firme y sinuoso. Justo como el dibujo del resquebrajo de ese pecíolo qué está en mi ánimo. Un abrazo  que dibujara el resquebrajo pero en sentido contrario: que acabara de romper o reparase esa hoja. Un abrazo. Que me impidiera llorar o precipitara el llanto. O quizá a encontrarme o romperme con ot

La bandera

Cada vez que te abrazo, muchas cosas me pasan. Siempre mis manos a tus largos bosques se lanzan y cuando te acarician se enganchan en sus ramas. Bajo esas largas ramas siempre encuentran tu espalda. Planean en los surcos de tu piel, como emplumadas como sin peso, y aterrizan en tu piel de nácar. Y pecho y pecho. Mejilla y mejilla. Juntadas, tras del aterrizaje, como visagras. Como si en pulso y rubor se juntara el alma. y que los pulsos y rubores se contagiaran. El contagio, en un desliz voluntario, atrapa de improviso los pares de labios que, aunque escapan de la atadura del pulso y rubor, no se marchan. Y en un vaivén, los labios atados, se desatan y el aire vuela, vuela y vuela entre las visagras. Pero aunque vuela, cambia y baila, luego se apaga y solamente el silencio suena, labios en calma. Y al abrir los ojos, y reenfocar la mirada veo tu cara, el rostro precioso al que besaba. Ese rostro. Un rostro que es una bandera izada sobre el mástil de un cuerpo de una belleza franca. Un

Reescribir la piel

Amar de una forma  en la que uno ya no es amado es mirar el vacío en la montaña a la sólo tú has llegado y en la que solo tú estarás jamás.  Y por ello, reescribes tu piel. Decides si tirarte, desandar lo andado, o seguir solo en la montaña esperando encontrarte algún día a quien amaste en un sendero de amor diferente. Uno en el que tú no seas tú ni quien amaste lo sea ya. Uno en el que reescribisteis la piel. Siempre se reescribe la piel. Y reescribir es borrar tachar, olvidar e ignorar una parte de ti que ya estaba escrita, que recuerda cómo y con quien  escaló aquella montaña. Reescribir la piel es  borrar algunas cicatrices, tachar algunos amores, olvidar algunos planes, e ignorar algunos deseos. Reescribir la piel es reescribirse. Reprogramar cómo amas. No solo a alguien, al mundo. Es tener que amar diferente o dejar de amar. Es resignarse  a la necesidad de elegir cuando tú ya habías elegido. Reescribir la piel. Dejar que penetre en ella el agua con sal para deshacer las heridas