Es como que hubiese algo que no quiero reconocer. Como que tuviese que reconocer que no te amo, o que no quiero pasar el resto de mi vida contigo y tuviera que gritarlo a los cuatro vientos en el Templo del Gato. Donde siempre nos hemos gritado lo contrario: que nos amamos. Y lo único que me apetece gritar en ese Templo es lo que hemos gritado siempre. Y no quiero gritarlo solo. Y no quiero dejar de gritarlo nunca. Quiero gritarlo incluso cuando mi voz no pueda. Si mi voz no puede perturbar el viento con confesiones de amor que lo hagan nuestros corazones latiendo el agua. No quiero que te vayas nunca de mi vida. Soy un puto miedica y tengo miedo a perderte. Si veo una hoja posándose en tu cabeza, creo que podría matarte. Si veo tu espalda vuelta, aunque nunca me des la espalda, siento que podrías andar lejos de mi, sin mirar atrás, sin mirarme, nunca más, y nunca volvería a ver tu cara. Siento que si los dos nadamos por rutas distintas nos perdamos entre las olas, aunque el dí...
Un blog de escritura. De letras que vuelan y no saben adónde. Pero te digo de corazón que todo tiene alma aquí.