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El cardo

Cogí aquel cardo con las manos
me clavé profundamente sus púas
y entre risas que sollozan
lo amé profundamente.
Las amé profundamente.

Como el cordón que destripa un tarro de mermelada.
Como las húmedas pestañas abiertas al párpado que protege.
Como el acidificado aliño a la escarola en la ensalada.
Como cárcavas a piedras que no se mueven.

Y es
que la mano con el cardo
duele.

Él cogió mi amor entre veranos
que dormían sobre su sombra.
Las púas las dejó tiradas
después de curármelos.
Después de curármelos.

Como pintor de blanco a un abrigo de armiño.
Como el aire a una vida inmaculada.
Como una mano de muerte a la cadera de un sano niño.
Como la muerte a una vida ya acabada.

Y es
que la mano con el cardo,
sin quererlo sana

Besó el cardo mis manos
y yo tragué sus púas.
Se quedó el cardo punta
por el miedo, ahora, a mis ayudas.
Por el miedo a mis ayudas.

Como un liquen que quiere serlo sin el musgo.
Como un andrógino que quiere estancarse en sólo un sexo.
Como la lengua y a la par vergüenza en un discurso.
Como la calidez de la luz del cuarto, sin el flexo.

Porque es
que la mano con el cardo,
tiene miedo.

El cardo cerró sus púas
y lo cogí con mis manos
me clavé profundamente sus púas
las amé profundamente de nuevo.
Me clavé profundamente de nuevo.

Como las viento fuerte a las orejas en ciudad.
Como una espada ante el peligro de la batalla.
Como los labios cortados de sal en alta mar.
Como el escudo más férreo de la emboscada.

También es
que la mano con el cardo
ama.

Imagen de tljpatch0 en Pixabay

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