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Ha llovido

Ha llovido. Y aún gotean los alféizares de las ventanas. Y siguiendo las gotas acabas mirando al suelo mojado. A veces dan pena las hojas de otoño bajo la lluvia, con las puntas de sus hojas caídas. Nunca están caídas las puntas de las hojas de otoño, pero el agua es capaz de hacerlas pesar tanto que no puedan levantarse. De hecho, si estuviesen secas, se levantarían. Casi parece que estas hojas marrones viviesen secretamente. Como pequeños contenedores de vida robada del árbol al que pertenecen cuya energía, aun extinguible con vanas gotas de agua, no desapareció. Parecen abejas en una piscina; aparentemente muertas sobre el agua, pero vivas cuando el agua se evapora. Preparadas para echar a volar de nuevo si eso ocurriese. Como cuando el tiempo seca el suelo de asfalto, y las puntas vuelven a levantarse, aprovechando el impulso para agarrarse a una furtiva y huidiza ráfaga de viento, que las lleva hacia el cielo, poblándose este, de pronto, de un sinuoso marrón y amarillo. Con ese zumbido característico del viento que hace un eco suave. Arropando la frialdad del otoño mojado.
Las hojas de otoño se dispersan y año tras año las vemos volar y reposar por todas partes, hasta que un día, sin darnos cuenta, han desaparecido. Hasta el siguiente otoño. Cuando las hojas que no dejaron de volar en el anterior otoño regresan. Cuando vuelva a haber humedad en el aire, lloverá. Y gotearán de nuevo los alféizares de las ventanas.
 

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Cacatúa (poema-calambur)

¡Caca tuya, cacatúa…! Cacareas cacas, rea… ¡Cacatúa! ¡Cacarea! Carámbanos vanos, cacatúa, es lo que sale de tu cacareo. Rea de cacas tuyas eres, cacatúa. Rea de tus deseos. Sueñas cacatúa, cacas tuyas. ¡Cacarea! ¡Rea! ¡Cacarea tus deseos! ¡Carámbanos de sueños ¡Vanos anhelos! Cacas tuyas, cacatúa son tus cacareos ¡Cacatúa! ¡Caca túa! ¡Túa! ¡Caca rea son tus sueños! Imagen libre de Wikipedia Sátira poética a la vanidad de

La bandera

Cada vez que te abrazo, muchas cosas me pasan. Siempre mis manos a tus largos bosques se lanzan y cuando te acarician se enganchan en sus ramas. Bajo esas largas ramas siempre encuentran tu espalda. Planean en los surcos de tu piel, como emplumadas como sin peso, y aterrizan en tu piel de nácar. Y pecho y pecho. Mejilla y mejilla. Juntadas, tras del aterrizaje, como visagras. Como si en pulso y rubor se juntara el alma. y que los pulsos y rubores se contagiaran. El contagio, en un desliz voluntario, atrapa de improviso los pares de labios que, aunque escapan de la atadura del pulso y rubor, no se marchan. Y en un vaivén, los labios atados, se desatan y el aire vuela, vuela y vuela entre las visagras. Pero aunque vuela, cambia y baila, luego se apaga y solamente el silencio suena, labios en calma. Y al abrir los ojos, y reenfocar la mirada veo tu cara, el rostro precioso al que besaba. Ese rostro. Un rostro que es una bandera izada sobre el mástil de un cuerpo de una belleza franca. Un

Un abrazo

Alquitranes húmedos besan mis sketchers ya pasadas dadas de sí por miles de pasos. Unos andados, otros bailados. Otros que buscan algo. A veces, en estas noches como un pecíolo de hoja que, en otoño se resquebraja en silencio mucho antes de caer, mi ánimo, también se resquebraja. De mis ojos salen lágrimas  que son de aire porque la humedad la tienen el alquitrán y mis pasos y mi sudor y mis pasos. Y por la soledad de dentro de mis ojos no sale nadie. Muchísimas noches abrazaría el aire me devolvería el abrazo más amable el más tierno, el más gentil, y el más suave Pero es que de todo eso es demasiado el aire y se desharía entre mis manos de carne. Necesito un abrazo que sea tierno y terso y firme y sinuoso. Justo como el dibujo del resquebrajo de ese pecíolo qué está en mi ánimo. Un abrazo  que dibujara el resquebrajo pero en sentido contrario: que acabara de romper o reparase esa hoja. Un abrazo. Que me impidiera llorar o precipitara el llanto. O quizá a encontrarme o romperme con ot