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El arte de recordar

Cada gesto sabe a miel cuando escribo en esta hoja. Y aún más cuando sé que escribo porque he tenido algo maravilloso: un recuerdo. Esa cosa que no es cosa por no es en ninguna parte. Pero siempre está en alguna parte. Siempre que aparece, los ojos dejan de funcionar y reproducen un vídeo durante unos instantes. Unos instantes que no tienen tiempo. Como si por un momento pudieras no vivir y recordar. O mejor, como si fuera necesario no vivir durante ese instante para poder recordar. Por supuesto hay recuerdos más allegados que otros y, como cuando ves una película. produce una reacción. Una catarsis fugaz y efímera acompañada de una sonrisa, de una mala cara, de una mirada, de un suspiro. Pero los recuerdos que más mueven son aquellos que darían ganas de representar y describir in situ y recrear, quizá (o muy probablemente) de forma torpe, pero que serían como revivirlos otra vez. Revivir con el corazón. Es curioso: Recordar. Re- cordis (corazón). Que recordar significa exactamente eso. Quizá por eso sea necesario parar la propia vida, pues volver a vivir algo es un arte complicado que en sí mismo exige volver a viajar a mundos nuevamente antiguos. Los recuerdos no son algo mortal como nosotros, por eso cada vez nos sorprenden de una manera distinta y en momentos distintos. Aunque los recuerdos en sí mismos parezcan (aunque las apariencias mienten) no cambiar demasiado.
Si muriese, me encantaría que mi Cielo fuesen mis recuerdos. Sería tan placentero... De vez en cuando no parecería mala idea quedarse en un recuerdo para siempre, ¿verdad?

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