Yo siempre quise una catástrofe.
Algo turbio y ominoso
–sobretodo ominoso–
en el que ardiera todo
en el que purgar mi rabia
purificar mis deseos
y morderle la cola al tiempo
cazarlo
evitar que fluya
someterlo
traicionarlo
procrastinar con alevosía
hasta servir para algo.
Yo deseaba una catástrofe
para que no hubiera reglas
para que muriera gente
para agitárseme el alma
para rompérmela en pedazos
y comerme sus cristales
(o esnifármelos).
Deseaba perder a alguien.
Deseaba perder algo grande
o que el mundo lo perdiera.
Hoy soñé que moría mi padre.
Lloraba, te prometo que lloraba,
y al despertar, seguía vivo (él)
pero me despertaba (otra vez)
en esta catástrofe.
El mundo se cae a pedazos
(ahí fuera… ahí fuera del todo…)
Y desde dentro, echo raíces
hacia las manos de la muerte
Y al final, lo que yo quería:
mirarme tan cerca del espejo
saberme tan bien mi reflejo
que no pudiera saber
quién imita a quién
quién promete a quién,
quién se lava los dientes
quién los perderá antes.
Confundirme
y fundirme
con mi propia imagen.
Y para todo eso necesitaba
esta maldita catástrofe.
Para destruir mi imagen
destruir mi cara
ver mis poros grotescos,
mi saliva densa e indolente,
mi semen, mi sudor, mi pelo,
mi carne, mi todo, de cuerpo;
quitarme el disfraz de propósitos
para todos mis años nuevos
y comerle la boca a la muerte,
predicar en su nombre el Apocalipsis
tras violar su negro cadáver,
y usar su guadaña
para hacerle un epitafio.
Porque en estos tiempos
trascenderse, es de cobardes,
y la inmanencia, de suicidas.
Por eso
los que se comen la tierra
a bocados y a pedazos
parece que ya no existen
(o no están en Occidente
y no los conozco
así que no existen).
Ahora, entre rejas de persianas,
el fantasma de algo real
y muy muy muy pequeño
nos acecha. A todos. ¡A todos!
Y ya no hay más cojones,
–ya que
ya no
podemos comernos la tierra–
que comernos el gotelé de las paredes
beber el cristal líquido del móvil
o citarnos a solas con las sábanas.
¡O también!: poner en riesgo
a la raza humana (yay!) al salir de casa
y ver como el epitafio de la muerte
se afila
y nos apunta a las entrañas.
Belcebú está en casa
y Dios, fuera, de cañas.
Yo quería una catástrofe:
ya la tengo.
Y ahora quiero tierra
quiero tierra
yo la quiero.
Pisarla o devorarla
es lo de menos.
de ©Shathu Entayla
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