Me despierto con un extraño pálpito en mi pecho. Un sabor seco en mi boca. Unos ojos y unas piernas que van por libre. Un simple nerviosismo.
Estamos maquinando por fin cuándo voy a poder verte. Tengo tu regalo encima de mi mesa. Las situaciones que acontecen me llevan de la preocupación a la euforia. Me preocupo por que nuestro plan pueda fallar. Dices que sales del hotel.
Por fin estoy en el coche. Grabo vídeos con el móvil y te los envío para que puedas sentirme más cerca de ti. Tú no eres menos. Aún no he llegado, y ya vais a facturar -preocupación-. ¡Aun no te vayas! Por favor, no te vayas...
Llego al aeropuerto. Es inmenso, pero sé que al fin podré verte -euforia-. Aún no te vas de mi lado. Dos mil kilómetros nos han separado y no nos hemos visto nunca.
547: mostrador de facturación. Llego a la dársena. Veo en un cartel "Mostradores de desde el 400 al 560" Faltan 50 mostradores. ¡Necesito verte!
¡Mierda! Está lleno de gente. No te veo. No te veo... Siento que ando despacio. Acelero.
¡Ahí estás! Lo único que veo a mi alrededor es tu sonrisa al verme. Corro sin pensármelo. Corro a abrazarte.
Al fin te tengo en mis brazos. Cierro los ojos. Te siento, aunque siento que no deberías existir: esto es demasiado increíble para ser cierto. Estoy viviendo un sueño. Oigo cómo tus lágrimas de emoción son más débiles que tu alegría y no pueden caer.
La gente nos aplaude en el reencuentro, pero es más importante seguir abrazados que darse por aludidos o sentir vergüenza. Mis ojos siguen cerrados. Los tuyos también.
Al descuido me miras y te beso. Nunca lo habías hecho. No te sorprende. Los abrazos y las miradas hablan. Casi no hablamos con palabras, pues nuestro lenguaje es mucho más rápido. Nos damos los regalos, ambos enmudecemos. Seguimos como antes.
No... Es hora de irse. Nos cogemos de la mano y vamos al embarque. El muro que nos separaba vuelve a alzarse a cada paso. Nos hemos cambiado las chaquetas: una fianza que hay que devolver el día que volvamos a vernos. Lo haremos.
La despedida. Tus lágrimas se esfuerzan por no salir; no lo hacen. A tu melancolía le sigue la alegría del último abrazo y del último beso. Nos agarramos de la mano. Nos soltamos por oblig
ación, sin dejar de rozar la otra mano hasta que se ha separado completamente, sabiendo que ese sería nuestro último contacto.
ación, sin dejar de rozar la otra mano hasta que se ha separado completamente, sabiendo que ese sería nuestro último contacto.
Te veo irte por el pasillo. Yo subo las escaleras. Nuestras miradas son inamovibles. Tanto que cuando te pierdo de vista, sigo viéndote.
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