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San Sin Santo - I: Adolesciendo

Adolesciendo Con mis manos manchadas de zumo de naranja derramado, me dirijo a un descampado. En él está aquella señal de tráfico: ceda el paso. Al fin tengo la respuesta que quería, todo ha sido por el zumo de naranja. Hasta que me atropellan.

Mi cara se despeja frívola más que fría, en una tarde de febrero, en contraste con el día soleado que hay hoy. Cuando unos se calientan, yo me enfrío. Me parece a mí que el sol no está muy de mi parte. Yo debía de ser más de lunas.

Entonces me quedé sentada, donde siempre, en la puerta del prostíbulo, esperando a que alguna prostituta no saliese llorando de allí a las siete de la mañana. Alguna vez había pagado o tomado los servicios de alguna de ellas. En el primer caso las daba un zumo de naranja y me iba. En el segundo, no lo hacía si no me hacía amiga de ellas. Por eso sólo tengo treinta amigas. Por eso no tengo un solo amigo. Sí, soy una tía boyera, ¿algún problema?

Entonces veo frente a mí un descampado (del que hablaba al principio, y tal). Veo una señal en medio: ceda el paso. No es raro. En este barrio no es difícil encontrarse cosas así, como que ser amiga de una prostituta, o que pagues a prostitutas con zumo de naranja.

No tengo ni la más mínima idea de por qué hay una señal ahí y menos después de…

     -    Mierda, se me acaba de caer el zumo de naranja. Lo siento Patty, no puedo pagarte hoy.
     -    Pero volverás, ¿no?
     -    Eso ni lo dudes, ¿qué clase de amiga sería entonces?
     -    Es que nunca nos hemos visto.
     -    Ambos estamos un poco ciegas.

Y nada, aquí estoy, con mis manos manchadas de zumo de naranja derramado, treinta amigas persiguiéndome y una señal de tráfico que me indica que ceda el paso. A todo esto, sigue siendo de día, ¿eh? No creáis que los prostíbulos sólo están abiertos de noche. Las putas, son putas todo el día, aunque los proxenetas prefieran discreción.

La señal fue ver la señal de ceda el paso y gustarme el sol. Es extraño, pero yo siempre recordaba haber amado a la luna – es que está muy buena. Pero el sol no está mal, aunque no creo que sea “boyero”.

Con todas las cosas extrañas que me han pasado aquí, en San Sin Santo, nunca se me había derramado el zumo de naranja, y nunca había pensado en cederle el paso al sol. Por cierto, a todo esto, me llamo        .

Lo sé, “       “, es un nombre impronunciable, pero la cosa es que, cuando nací, al parecer mi madre tenía el nombre pensadísimo para mí, y cuando salí de su vientre descuajaringado con sus vísceras esparcidas por todo el quirófano la preguntaron que cual iba a ser mi nombre, y ella dijo “       “, (vamos, que no contestó).

Los médicos no se dieron cuenta de que tener medio cuerpo por un lado y medio por otro no era del todo lógico. Aunque yo sí le vi la extrañeza. Hasta le dije al médico: “Está muerta me da a mí, ¿eh?”.

Bueno, ya os he dicho que la lógica en este barrio no existe, así que tampoco tiene que haber coherencia en esta historia. Si veis saltos raros no os preocupéis. Si no los veis, o veis cosas normales, hacedlo: no será normal.

El caso es que bueno, dentro del poco entusiasmo que me quedaba, no me quedó más remedio que ver qué significaba eso de ceder el paso al sol. Así que empecé a ir al prostíbulo sólo de noche. No me gustaba nada. Las putas eran unas zorras. No tardé en perder a algunas amigas que me parecían de verdad. No volví a ver Patty. Gané un amigo: el barman, que a veces era ya con el único con el que hablaba.

Entonces empecé a ver como mal eso de ceder el paso al sol, ya que me di cuenta de que eso implicaba ver lo que realmente había en la luna, entonces decidí no hacerlo. Pero, como he dicho antes, me atropellaron.

 (Siguiente Capítulo: 27 de Febrero)

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