Érase una vez
un erizo que había nacido sin púas
y llegó un día
que vio un albergue abandonado en el monte.
No sabía qué era.
Y empezó a llover recio
y el agua caía
muy fuerte desde el techo del albergue.
Una cascada
de agua tenía enfrente
entonces sus púas
no le protegían de la enorme lluvia.
Pensó protegerse
metiéndose dentro del albergue
pero por la puerta
pasaban torrentes de agua helada.
Se moriría
y no tendría
qué protegerle.
Pues ni sus púas
lo harían aunque las tuviese.
Pero atravesó
el agua que caía del techo del albergue
y se refugió
y desde dentro vio el agua de fuera.
Observó.
Y se quedó dormido dentro.
Tras llover
el sol salió, como siempre.
Llegó la noche
como el sol antes había venido.
Y vio caer
una gota
en su piel
sin miedo
sin frío
La última gota de lluvia.
El último erizo vivo
aun sin púas para protegerse.
un erizo que había nacido sin púas
y llegó un día
que vio un albergue abandonado en el monte.
No sabía qué era.
Y empezó a llover recio
y el agua caía
muy fuerte desde el techo del albergue.
Una cascada
de agua tenía enfrente
entonces sus púas
no le protegían de la enorme lluvia.
Pensó protegerse
metiéndose dentro del albergue
pero por la puerta
pasaban torrentes de agua helada.
Se moriría
y no tendría
qué protegerle.
Pues ni sus púas
lo harían aunque las tuviese.
Pero atravesó
el agua que caía del techo del albergue
y se refugió
y desde dentro vio el agua de fuera.
Observó.
Y se quedó dormido dentro.
Tras llover
el sol salió, como siempre.
Llegó la noche
como el sol antes había venido.
Y vio caer
una gota
en su piel
sin miedo
sin frío
La última gota de lluvia.
El último erizo vivo
aun sin púas para protegerse.
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