Qué sutiles ocurrencias tiene la vida de vez en cuando, ¿verdad?
Iba caminando hacia el metro de Opañel hace unos días. Me encontraba en una acera con un bulevar de césped y árboles en el medio. Andaba muy deprisa. Suelo andar rápido, pero lo hacía aún más, pues el destino que me esperaba era bastante importante para mi.
A unos metros llevaba coincidiendo con el camino de una chica. Era rubia con una coleta larga, llevaba a la espalda una mochila azul, vestía una chaqueta fucsia y un llevaba un abrigo blanco agarrado por debajo de su cintura con las manos entrelazadas.
Me estaba acercando a poco hacia ella, que aceleraba. Cuando la alcancé, al llegar a un bulevar, había una familia con un montón de niños, que la frenaron. Ella optó por cambiarse al otro lado del bulevar.
Imaginé que se cambió de lado porque la amedrenté o creyó que la iba a robar. Yo seguí mi camino. La veía a través del los arbustos que nos separaban. Quise, por una extraña rezón, demostrarla que no la quería hacer daño. Fui más rápido inconscientemente.
La adelanté antes de terminar el bulevar. Me cambié a su lado, situándome delante de ella a varios metros. Seguí de frente, hasta el semáforo que finalizaba la porción de naturaleza que había en medio de la acera.
Crucé, corriendo, antes de que me alcanzara al esperar el semáforo. Incluso me lo salté. Pronto continué a paso normal -aunque aún rápido- por la acera.
Cuando regresé a mi pensamiento anterior. giré la cabeza. Ella seguía allí. Ahora parecía que era ella la que me estaba persiguiendo. Aceleré. No por por miedo, sino por mantenerme delante de ella, aunque ella seguía yendo despacio.
Crucé, giré y volví a girar. Llegué a otro semáforo tras el cual estaba la boca de metro. ¿Ironía? Ella había cruzado y la tenía tras de mi, en la misma acera.
Crucé, por última vez, corriendo y entré sin mirar atrás en el metro. Llegué a la estación. Allí me quedé esperando a que viniese el tren. Sólo iba hasta Laguna. ¡Menos mal, pues era donde yo iba! Seguía inexplicable y no maduramente emocionado por lo que acababa de vivir. Pensé, siendo acorde con mis emociones: "No llegará hasta aquí, sería demasiada coincidencia. pero sería increíble que me equivocase".
Llegó el tren, y ella no apareció. Me subí, y miré por la ventana desde el otro lado. Suelo mirar a mi andén cuando me subo al tren para ver a la gente pasar. De hecho, si alguien va a perder el tren, suelo poner las manos en la puerta para que salte el sistema de seguridad y pasen los rezagados. Este no fue el caso.
La puerta se cerró. El tren empezó a acelerar. Absorto me quedé cuando volví a ver a esa chica, que estaba entrando en el andén, perdiendo el tren que acababa de coger. Pensé "si no la hubiese adelantado, ahora estaríamos en la misma estación, esperando al mismo tren".
Estaba emocionado y perplejo. Estoy muy atento a estos extraños y pequeños detalles. Pero esto no acababa aquí.
El tren se paró en la estación de antes de llegar a Laguna. Algunos pasajeros empezaron a bajar, pues el tren no se movía. Casi les imito, pero por otras razones. Me quedé pisando el escalón que me separaba de ver de nuevo a esa chica o seguir mi camino una estación más. Las emociones espontáneas invadían mi cordura y estaba empezando a sentir miedo, a lo desconocido y a no conocerlo nunca. La coincidencia y la locura llegaron a su fin. Decidí quedarme.
Algo me arrepentí, incluso, pues hubiera sido increíble que la coincidencia hubiese continuado, pero forzarla le hubiera quitado la magia. Además, ¿y si se bajó en una estación antes de la mía en el siguiente tren?
Llegué a Laguna. Seguía emocionado, pues me parecía extrañísimo lo que me acababa de ocurrir. Luego llegué a una conclusión lógica, pero que había pasado por alto. Esta chica de Opañel, iba andando por mi camino hacia el metro, que no estaba muy lejos de mi casa. Esto me hizo emocionarme un rato más pues descubrí que esa chica vive en mi barrio.
Boca del metro de Opañel en Madrid |
de ©Shathu Entayla
Comentarios
Publicar un comentario