En este mundo la realidad es oscura. Incompleta. Inmadura y sensible. Cambiante.
Desde aquí veo como una gota de agua se condensa en una nube y se deforma hacia abajo, separándose de su nube madre. En el momento en que se separa, veo un rayo al otro lado. Por un instante la gota, que aun no ha empezado a caer, tiene luz propia. Me deslumbra en su reflejo.
No tarda mucho en comenzar a descender. Me invade la inmensidad de la tormenta. Voy cayendo con la gota, y alrededor veo miles de millones de otras tantas precipitándose conmigo en picado. El tiempo pasa lento. Casi recuerdo mi vida. El vértigo desaparece entre truenos y relámpagos que se empeñan en respetarme y no tocarme. Soy un invitado en la tormenta.
Estoy llegando al mar. ¿Quién imaginaría que una persona como yo podría ser parte del ciclo del agua? Ya llevo tres mil metros cayendo en picado. Me temo que mi paracaídas no puede abrirse. Más bien porque no lo tengo. No era mi intención que me lanzasen.
Al llegar, mi amiga la gota incide contra la superficie del agitado océano, devolviéndole parte de la calma en sus ondas, en unos centímetros, durante un breve instante. Aquella gota con la que había mantenido conversaciones durante tres mil metros, se había ido, para siempre. Había entrado a ser parte de algo mucho más grande.
Ahora me toca a mi.
Desde aquí veo como una gota de agua se condensa en una nube y se deforma hacia abajo, separándose de su nube madre. En el momento en que se separa, veo un rayo al otro lado. Por un instante la gota, que aun no ha empezado a caer, tiene luz propia. Me deslumbra en su reflejo.
No tarda mucho en comenzar a descender. Me invade la inmensidad de la tormenta. Voy cayendo con la gota, y alrededor veo miles de millones de otras tantas precipitándose conmigo en picado. El tiempo pasa lento. Casi recuerdo mi vida. El vértigo desaparece entre truenos y relámpagos que se empeñan en respetarme y no tocarme. Soy un invitado en la tormenta.
Estoy llegando al mar. ¿Quién imaginaría que una persona como yo podría ser parte del ciclo del agua? Ya llevo tres mil metros cayendo en picado. Me temo que mi paracaídas no puede abrirse. Más bien porque no lo tengo. No era mi intención que me lanzasen.
Al llegar, mi amiga la gota incide contra la superficie del agitado océano, devolviéndole parte de la calma en sus ondas, en unos centímetros, durante un breve instante. Aquella gota con la que había mantenido conversaciones durante tres mil metros, se había ido, para siempre. Había entrado a ser parte de algo mucho más grande.
Ahora me toca a mi.
Comentarios
Publicar un comentario