"Me encontraba viajando sólo en un tren hacia algún lugar que no recuerdo. Mi cabeza cabizbaja se concentraba en escuchar los suaves chirridos de las ruedas del tren desde dentro, que me calmaban. Necesitaba algo. Algo que me hiciese despertar de mi mismo. Algo en lo que pudiese guarecerme después.
No sabía bien el qué.
En aquel momento, tras unos inesperados segundos de mente muerta -sin pensamientos- miré mi brazo. Con ello mi mente volvió a renacer de nuevo. ¿Qué vi en mi brazo? La pulsera que me regalaste.
En ese momento pensé: "Ojalá la siguiente estación se llamase como tú". Inocente de mi, cuando llegaba a la siguiente estación, mire por la ventanilla al letrero electrónico que decía el destino de la línea de tren. Quedé perplejo, parecía que alguien me había escuchado.
Exacto. Apareció tu nombre. Fue en este instante en el que olvide mi destino inicial, pues el que me deparaba ahora era mucho más importante.
Cuando volví la cabeza hacia dentro del tren, me picó la curiosidad de ver si los mapas de dentro del tren también habían cambiado. Sorprendido (algo falazmente en realidad) vi que así era.
Sólo tuve que esperar pacientemente a llegar a la estación, en la que estabas. Allí te vi: en frente del tren... ¿Cómo? ¡Oh no! ¡La estación eres tú! ¡¡La estación eres TÚ!! No puede ser. ¡¿Qué haces en medio del andén?! ¡NO! ¡Sal de ahí! ¡¡NO!!"
Y esto fue lo que soñé contigo, cielo. Sé que quizá te parecerá macabro o poco dulce que te lo cuente, pero no lo haría sin una buena razón, ¿y cuál es? Porque con ese sueño, me di cuenta de dos cosas: de que no soportaría que te pasase algo -y aun menos que fuese por mi culpa-, y de que prefiero que viajes conmigo en el tren a que únicamente te encuentre por uno de los andenes que transite en mi vida. Porque, cielo, prefiero tenerte como "trayecto" más que como "destino", y más que como un "trayecto", como un camino (y esta vez no hacen falta comillas).
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