Quizá debería estar haciendo deberes, leyendo los libros que me han encargado, ensayando uno de mis libretos de teatro, pero en vez de eso, estoy aburrido, sentado en la silla de mi habitación cerrada, aislado y perdiendo el tiempo un rato más. Queriendo hacer mil cosas, y no pudiendo hacer ninguna.
De vez en cuando miro mi e-mail, o el móvil. Me pongo a escuchar música o me pongo una película, cosa rara en mi, que no veo ni la tele, sólo por evadirme. Cuanto más me lleno, mas vacío me siento.
A veces desearía poder dejar de escribir esto, saltar de la silla hacer mis ojos como los de un payaso y poner a saltar y brincar por mi habitación hasta la calle en un mezcla entre payaso animador y terrorífico, sin vida y sin mortalidad. Sólo con una sonrisa despreocupada, sin importar la intención.
Una idea genuina cuanto menos, pero al final estoy en mi habitación con la puerta cerrada escribiendo. Desahogándome, más bien, en su más literal sentido. Pues estas cuatro paredes y dos techos, que guardan mi habitación desordenada, no son más que cisternas de aire sucio y viciado que me intoxican. Qué mala es la ansiedad cuando se sabe que se tiene y no se tiene con qué saciar.
A veces desearía no tener códigos morales, ni impedimentos, ni barreras absurdas como las que vivo o las que me impongo. A veces me gustaría irme de casa a la aventura, aunque me muriese en la calle. Al menos eso sería más excitante e interesante que el ver mi juventud perdida en un antro de 15 metros cuadros en una sociedad algo más grande que premia lo que es injusto. Qué grandes son esos pequeños momentos en los que lo que acabo de decir no es cierto.
Cada uno tiene sus cadenas y problemas, desde luego, pero las cadenas deberían ser parte de uno mismo, no una convención aceptada que te aleja de tu propia esencia. Lo gracioso es que escribo esto sabiendo que son esas cadenas las que me obligan a hacerlo. Qué paradoja vana de sistema.
Todo esto en realidad, no son más que palabrerías filosóficas de un alma por realizar, por sentir y con ansias de vivir. No pido mucho en realidad, pero es demasiado para lo que me es permitido. A veces, aunque no me dejan, desearía ser yo mismo.
De vez en cuando miro mi e-mail, o el móvil. Me pongo a escuchar música o me pongo una película, cosa rara en mi, que no veo ni la tele, sólo por evadirme. Cuanto más me lleno, mas vacío me siento.
A veces desearía poder dejar de escribir esto, saltar de la silla hacer mis ojos como los de un payaso y poner a saltar y brincar por mi habitación hasta la calle en un mezcla entre payaso animador y terrorífico, sin vida y sin mortalidad. Sólo con una sonrisa despreocupada, sin importar la intención.
Una idea genuina cuanto menos, pero al final estoy en mi habitación con la puerta cerrada escribiendo. Desahogándome, más bien, en su más literal sentido. Pues estas cuatro paredes y dos techos, que guardan mi habitación desordenada, no son más que cisternas de aire sucio y viciado que me intoxican. Qué mala es la ansiedad cuando se sabe que se tiene y no se tiene con qué saciar.
A veces desearía no tener códigos morales, ni impedimentos, ni barreras absurdas como las que vivo o las que me impongo. A veces me gustaría irme de casa a la aventura, aunque me muriese en la calle. Al menos eso sería más excitante e interesante que el ver mi juventud perdida en un antro de 15 metros cuadros en una sociedad algo más grande que premia lo que es injusto. Qué grandes son esos pequeños momentos en los que lo que acabo de decir no es cierto.
Cada uno tiene sus cadenas y problemas, desde luego, pero las cadenas deberían ser parte de uno mismo, no una convención aceptada que te aleja de tu propia esencia. Lo gracioso es que escribo esto sabiendo que son esas cadenas las que me obligan a hacerlo. Qué paradoja vana de sistema.
Todo esto en realidad, no son más que palabrerías filosóficas de un alma por realizar, por sentir y con ansias de vivir. No pido mucho en realidad, pero es demasiado para lo que me es permitido. A veces, aunque no me dejan, desearía ser yo mismo.
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