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¡Explotemos el lienzo!

El pintor que se expresaba utilizando esos lienzos vacíos color papiro para, con pinceles y rodillos, pintar figuras extraordinarias, había decidido usar otra cosa para pintar: ¡una metralleta de paint-ball!

En efecto, se fue a su taller con unos cascos y equipación reglamentaria armado hasta los dientes y sin pensárselo, cerrando casi del todo los ojos, empezó a disparar a su lienzo. 
De pronto oyó el estruendo de un cristal roto y cesó su cacería. Volvió en sí y vio que sólo quedaban los bordes que sujetaba el atril, tumbado por los impactos. Lo que faltaba se lo habían llevado las balas. 
Miró al cristal de enfrente. Como suponía, era lo que estaba roto.
Este pintor vivía en un tercer piso. Tuvo la suerte de que los cristales no hicieron daño a nadie; no había nadie por ahí a las doce de la noche. 
Lo malo, es que tuvo que aguantar las quejas de sus vecinos.
En fin... Para un artista vividor, ¿qué es una regañina vecindaria? Si total, a cambio ha cubierto su vida de color. ¿Qué tiene eso de malo?

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Cada vez que te abrazo, muchas cosas me pasan. Siempre mis manos a tus largos bosques se lanzan y cuando te acarician se enganchan en sus ramas. Bajo esas largas ramas siempre encuentran tu espalda. Planean en los surcos de tu piel, como emplumadas como sin peso, y aterrizan en tu piel de nácar. Y pecho y pecho. Mejilla y mejilla. Juntadas, tras del aterrizaje, como visagras. Como si en pulso y rubor se juntara el alma. y que los pulsos y rubores se contagiaran. El contagio, en un desliz voluntario, atrapa de improviso los pares de labios que, aunque escapan de la atadura del pulso y rubor, no se marchan. Y en un vaivén, los labios atados, se desatan y el aire vuela, vuela y vuela entre las visagras. Pero aunque vuela, cambia y baila, luego se apaga y solamente el silencio suena, labios en calma. Y al abrir los ojos, y reenfocar la mirada veo tu cara, el rostro precioso al que besaba. Ese rostro. Un rostro que es una bandera izada sobre el mástil de un cuerpo de una belleza franca. Un

Un abrazo

Alquitranes húmedos besan mis sketchers ya pasadas dadas de sí por miles de pasos. Unos andados, otros bailados. Otros que buscan algo. A veces, en estas noches como un pecíolo de hoja que, en otoño se resquebraja en silencio mucho antes de caer, mi ánimo, también se resquebraja. De mis ojos salen lágrimas  que son de aire porque la humedad la tienen el alquitrán y mis pasos y mi sudor y mis pasos. Y por la soledad de dentro de mis ojos no sale nadie. Muchísimas noches abrazaría el aire me devolvería el abrazo más amable el más tierno, el más gentil, y el más suave Pero es que de todo eso es demasiado el aire y se desharía entre mis manos de carne. Necesito un abrazo que sea tierno y terso y firme y sinuoso. Justo como el dibujo del resquebrajo de ese pecíolo qué está en mi ánimo. Un abrazo  que dibujara el resquebrajo pero en sentido contrario: que acabara de romper o reparase esa hoja. Un abrazo. Que me impidiera llorar o precipitara el llanto. O quizá a encontrarme o romperme con ot