El pintor que se expresaba utilizando esos lienzos vacíos color papiro para, con pinceles y rodillos, pintar figuras extraordinarias, había decidido usar otra cosa para pintar: ¡una metralleta de paint-ball!
En efecto, se fue a su taller con unos cascos y equipación reglamentaria armado hasta los dientes y sin pensárselo, cerrando casi del todo los ojos, empezó a disparar a su lienzo.
De pronto oyó el estruendo de un cristal roto y cesó su cacería. Volvió en sí y vio que sólo quedaban los bordes que sujetaba el atril, tumbado por los impactos. Lo que faltaba se lo habían llevado las balas.
Miró al cristal de enfrente. Como suponía, era lo que estaba roto.
Este pintor vivía en un tercer piso. Tuvo la suerte de que los cristales no hicieron daño a nadie; no había nadie por ahí a las doce de la noche.
Lo malo, es que tuvo que aguantar las quejas de sus vecinos.
En fin... Para un artista vividor, ¿qué es una regañina vecindaria? Si total, a cambio ha cubierto su vida de color. ¿Qué tiene eso de malo?
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