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Mi Corazón

Dejé mi amor guardado en una pequeña caja. En el primer cajón de la derecha, donde se resguardaba del frío, del dolor.

Tiempo hace que estoy tapizando mi corazón con hormigón, más duro que la madera que antes lo cubría.
Saqué de mi casa todos y cada uno de los muebles que guardaba. Todos menos el primer cajón de la derecha de mi habitación.

Voy reforzando la fachada de mi corazón poco a poco. Los demás muebles que tenía en mi casa, se han llenado de polvo en algunos casos de tanto sacarlos y meterlos por reformas. He necesitado hacerlo. El país en el que vivo, Vida, no es precisamente un país con un clima favorable.

Sólo hay un mueble que no saqué de allí, y fue el estante donde guardé mi amor. Todo con el paso del tiempo se ha ido ensuciando, y quiero a todos y cada uno de mi muebles -por ejemplo, en la vitrina guardo los recuerdos, que siempre limpio tras las reformas con mucho cuidado- pero el amor es un objeto tan valioso para mí, que nunca me he atrevido a sacarlo. He preferido protegerlo dejándolo dentro de mi corazón. Bueno, prefería.

Hace poco, tras la reforma y limpiar cuidadosamente todos y cada uno de los muebles, me encontré con una persona muy especial. Era mi vecina. La verdad es que a pesar de ser vecinos, teníamos los corazones en los que vivíamos tan iguales que nunca nos vimos. Además es que ella siempre iba hacia un lado y yo hacia otro.

Al principio, nos vimos y empezamos a conocernos: salimos por ahí y no tardó mucho en llevarme a su corazón.

La verdad es que en este país, la gente vive en la calle, más que en su casa y, aunque no es raro en la gente capaz de amar, no es del todo frecuente que alguien invite a otra persona a su corazón. Acepté, obviamente.
Me invitó a cenar, sirviéndome cariño que tenía guardado en su despensa. Estaba genial. Es una excelente cocinera. Luego me enseñó su corazón: algunos recuerdos recientes que tenía desordenados en su mesilla e incluso algunas vivencias personales, consejos y preocupaciones que tenía, respectivamente, guardados en un cajón pequeño, un estante alto (que casi pasó ante mi, desapercibido) y una vitrina, en la que también guardaba algunos recuerdos. Nos lo pasamos genial.

Luego me hizo cerrar los ojos y me ató una pulsera, ¡Estaba hecha de confianza! No me lo podía creer. Ese tipo de regalos así de pronto sí que eran raros por aquí. Para despedirse, me abrazó y me miró, haciendo brillar mi pulsera, debido a su confianza.

Volvimos a quedar, pero esta vez en mi corazón. La invité a cenar amistad. Era más o menos el mismo plato, pero aliñado con entrega. La encantó. Entonces la hice otro regalo, una figurita hecha con ilusión: un material genial para moldear o doblar. Luego la enseñé mi casa: la vitrina donde guardaba mis recuerdos y mis problemas (le enseñé alguno de cada), una carpeta con una hoja hecha de sentimiento, manchada de forma artística con lágrimas, tanto de emoción, como de felicidad y de tristeza.

El día siguiente que nos vimos fue el más especial de todos. Salimos a dar una vuelta por la ciudad. Charlamos, jugamos, anduvimos... Al poco que pasaba la tarde, se me ocurrió proponerla un juego. La propuse hacer un duelo; un duelo de miradas, abrazos y besos. Estuvimos jugando toda la tarde y parte de la noche, y no llegamos a terminarlo: empatamos.

Al terminar la noche que casi hicimos interminable por no querer separarnos. volví a mi casa echándola de menos y vi que el primer cajón de la derecha brillaba. El amor en forma de candado cerrado sin llave que había guardado, se estaba abriendo y bajo el cierre de metal emanaba una luz tan cegadora como bella, que se intensificaba (si cabía) cuando recordaba el día que había pasado.

Esta era la primera vez en mucho tiempo en la que me planteaba sacar mi corazón de casa, lo había intentado alguna vez antaño, pero nunca había conseguido sacarlo de casa manteniendo su brillo. De hecho lo intenté con algunas personas que no llegaron a entrar en mi corazón y se fueron enfadadas porque las cegué con él. Desde entonces no lo saco.

Estoy seguro de estar viendo brillar ese candado, pero no lo sacaré de casa sin, al menos, encontrar algo que evite que se cierre de nuevo, aunque sea parcialmente. Quizá sea ella la primera en verlo, y me encantaría que me enseñase el suyo: nunca he visto el de nadie.

Esa noche cené un poco de curiosidad y un montón de amistad, con el amor como anillo en el dedo. Creí sentir un cosquilleo. Pero ya no era en el corazón. Esta vez era en el mío.

Comentarios

  1. Uno de los mejores relatos que he leído nunca, eres un crack, escribes muy bien, sigue sigue sigue y no pares :DDDD

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