Fue hace tiempo. No fue hace demasiado tiempo, pero sí el suficiente para romper una barrera. Un estela desde el cielo, vislumbraba una cadena de acontecimientos que mostrarían nuevos ojos.
En un lugar recóndito de un mundo extraño, se encontraba un pescador, labrando su pesca cotidiana, sin prestar más atención que a los peces que pescaba y pescando sin cesar.
Un día, de pronto, se dio cuanta de que algo no marchaba bien, algo faltaba. Cada día iba pescando menos peces y su lago de siempre se iba secando poco a poco. Hambriento de vocación y estómago, decidió mirarse en el espejo donde pescaba todos los días.
Miró su reflejo y no vio nada más que una persona sola y desamparada en un viejo mundo arduo y apenado por tanta sequedad y exceso de hambre. Se sumía a veces en su tristeza
Los días iban pasando cada ves más lentos. A medida que el sol se iba oscureciendo, su hambre iba creciendo y el lago se iba secando. El sol desaparecía a medida que crecía su miseria. Poco a poco empezó a notar que su soledad se hacía histeria, y su histeria desesperanza. Poco a poco, fue dejando de usar la caña y aceptando su situación.
De pronto, su precaria situación cobró sentido, mas su soledad creció como creció una vez al irse el sol. Empezó a llover. El pescador pensó: "Lo que me faltaba. La lluvia no es precisamente algo que anime a pescadores moribundos". El pescador entonces, se durmió, pensando y afirmando que iba a morir.
Se sorprendió más tarde al ver que se había despertado. El sol era luz con lluvia que formaba amplios y bellos reflejos en el agua del lago, a veces con arcoiris. El lago estaba lleno de nuevo, habían vuelto los peces, la comida, la suerte. La lluvia estaba dejando irse todo el mal que había pasado.
Fue entonces cuando vio el agua caer en el lago, cosa que el pescador nunca había visto y bebió de ella como si nunca lo hubiera hecho, descubrió que su vocación, oficio y necesidad, que era pescar, tenía un nombre mal puesto. Su trabajo, no es atar anzuelos y pescar peces, sino coger del agua los semillas a las que él llamaba truchas o salmones, tal como de la tierra se cogen, los frutos y las semillas. Más importante que los peces, era el mismo agua.
Siguió lloviendo durante tres días. Los nombraba como los días más felices de su vida. Encontró y besó la superficie del agua mil veces, llamó al lago su amigo. Al cabo de los días se dio cuenta que la lluvia también había dejado pequeños hoyos por los que se había filtrado el agua. Al lado de la orilla, donde estuvo sentado mientras se moría, contó los hoyos cercanos a esa zona. Formaron un círculo. En ese círculo ese sentaba siempre el pescador, donde siempre pescaba grandes botes.
Decidió al final, contar y poner nombre a todos lo hoyos que le acompañaron durante la lluvia y tras ella. No eran muchos nombres. Pero al último, que era el que se situaba más lejano a la orilla, el más reciente por tanto haciendo uso del nombre, debido a que le vistió el alma en ese momento, le llamó Rebeca.
(Dedicada a la última palabra de este escrito).
En un lugar recóndito de un mundo extraño, se encontraba un pescador, labrando su pesca cotidiana, sin prestar más atención que a los peces que pescaba y pescando sin cesar.
Un día, de pronto, se dio cuanta de que algo no marchaba bien, algo faltaba. Cada día iba pescando menos peces y su lago de siempre se iba secando poco a poco. Hambriento de vocación y estómago, decidió mirarse en el espejo donde pescaba todos los días.
Miró su reflejo y no vio nada más que una persona sola y desamparada en un viejo mundo arduo y apenado por tanta sequedad y exceso de hambre. Se sumía a veces en su tristeza
Los días iban pasando cada ves más lentos. A medida que el sol se iba oscureciendo, su hambre iba creciendo y el lago se iba secando. El sol desaparecía a medida que crecía su miseria. Poco a poco empezó a notar que su soledad se hacía histeria, y su histeria desesperanza. Poco a poco, fue dejando de usar la caña y aceptando su situación.
De pronto, su precaria situación cobró sentido, mas su soledad creció como creció una vez al irse el sol. Empezó a llover. El pescador pensó: "Lo que me faltaba. La lluvia no es precisamente algo que anime a pescadores moribundos". El pescador entonces, se durmió, pensando y afirmando que iba a morir.
Se sorprendió más tarde al ver que se había despertado. El sol era luz con lluvia que formaba amplios y bellos reflejos en el agua del lago, a veces con arcoiris. El lago estaba lleno de nuevo, habían vuelto los peces, la comida, la suerte. La lluvia estaba dejando irse todo el mal que había pasado.
Fue entonces cuando vio el agua caer en el lago, cosa que el pescador nunca había visto y bebió de ella como si nunca lo hubiera hecho, descubrió que su vocación, oficio y necesidad, que era pescar, tenía un nombre mal puesto. Su trabajo, no es atar anzuelos y pescar peces, sino coger del agua los semillas a las que él llamaba truchas o salmones, tal como de la tierra se cogen, los frutos y las semillas. Más importante que los peces, era el mismo agua.
Siguió lloviendo durante tres días. Los nombraba como los días más felices de su vida. Encontró y besó la superficie del agua mil veces, llamó al lago su amigo. Al cabo de los días se dio cuenta que la lluvia también había dejado pequeños hoyos por los que se había filtrado el agua. Al lado de la orilla, donde estuvo sentado mientras se moría, contó los hoyos cercanos a esa zona. Formaron un círculo. En ese círculo ese sentaba siempre el pescador, donde siempre pescaba grandes botes.
Decidió al final, contar y poner nombre a todos lo hoyos que le acompañaron durante la lluvia y tras ella. No eran muchos nombres. Pero al último, que era el que se situaba más lejano a la orilla, el más reciente por tanto haciendo uso del nombre, debido a que le vistió el alma en ese momento, le llamó Rebeca.
(Dedicada a la última palabra de este escrito).
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