Y de pronto el resquebrajo que ya sentía sólo sirve para acabar de romperme, y los pedazos de mí se clavan en mi capacidad de dormir, de sonreír y de querer la vida. Yo, que siempre fui la Antígona que va a morir por lo que le importa pero que se desnuda para sentir el aire frío y sentir que está viva. Yo, la Antígona, que muere cuando su hermano muere por segunda vez, está vez en el destierro de su cadáver. Yo, como ella, muero. La vitalidad de Antígona se va en su muerte. Su muerte es su muerte. Pero mi muerte es la vida.
El resquebrajo es como un desprendimiento: había indicios, pequeñas señales que el monte iba a caerse, pero de repente se cae, y parece que nunca hubo aviso. O que daba igual que lo fuera, porque era inevitable. Parece un capricho de Dios. Parece que no había nubes de tormenta. Pero, de repente, todo es barro, todo es polvo. Todo es hiel.
El resquebrajo ya no es tal. Ya estoy roto. Como están rotas las conchas de mar llevadas por el agua. Como el mimbre cuando ya no puede doblarse más. Como los hilos rojos que, ahora raídos, terminan por terminar de romperme.
El resquebrajo ya no es tal. El resquebrajo es el peligro, la huella, como mucho la premonición. Pero no es aún desgarro. El resquebrajo es la potencia cosida con el acto del desgarro con puntadas invisibles. No se siente inevitable aunque lo sea. No se siente impenetrable ni incurable, aunque lo sea. Y, de pronto, el desgarro. Y de pronto, el amor me atraviesa y no sabe a nada. Como si no me hubieran amado nunca. O peor, como si ya nadie fuese a hacerlo nunca más.
De pronto ese desgarro inevitable llega y, con él, el alivio de tocar el fondo del abismo otra vez. Ese infierno conocido. Y en él, resignarse, y que resignarse sea el desangre del desgarro. Pero hay alivio en el mareo que precede al desmayo previo a la muerte. Del mismo modo, también hay alivio en dejar de intentar el kintsugi con uno mismo o con los hilos rojos que se rompen. Hay alivio en la devastación del ánimo que acerca a la muerte. Hay alivio en rendirse. Hay alivio en aceptar la derrota en las cosas que nunca debieron ser una lucha. Hay alivio, y por eso, la gente se muere. Hay alivio en la muerte. Hay alivio en el fin de todas las cosas. Y por eso todas las cosas terminan. Incluso la muerte muere.
Imagen generada con Copilot |
de ©Shathu Entayla
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