– Eres un peligro.
– Pues ya sabes. Solamente tienes que coger el cuchillo. Pones la punta aquí en el cuello y rajas. Y luego te ensañas si quieres. Me lo merezco.
– Te voy a hacer trocitos…
– Si me permites, una petición: clávame primero el cuchillo en el pecho. En la boca del estómago…
– …y luego voy a hacer trocitos de esos trocitos.
– …Me encuentro como raro. Yo creo que, si me apuñalas bien, no lloro.
– Ojalá te mueras.
– Esa es la idea, se supone. ¿No?
– Venga, ¿a qué esperas?
– A morir. Estoy esperando a que me mates.
– ¡Venga! Dame más motivos para matarte.
– Me quiero morir. Tengo muchas muchas ganas de morirme, la verdad.
– Eso no me vale. Haz que te odie. Cágala una vez más.
– ¿Te vale con que me invente algún crimen?
– Dices que te los inventas, pero seguro que serán verdad.
– Sí, claro. Por supuesto (¿). Si te digo que me voy a inventar un crimen es que en realidad lo he cometido.
– Es lo que hacéis las malas personas: os hacéis pasar por buenas.
– Claro.
– Eso es. ¿Qué es lo que has hecho?
– He violado a una niña.
– Perfecto. ¿Qué más?
– También… eh… he matado a un anciano.
– ¿A uno solo? Lo dudo.
– Em… No. Puse una bomba en una residencia.
– ¿Y qué más?
– ¿En la residencia?
– Sí.
– Em… No sé… Me lo invento a ver-
– No. No te lo inventas.
– No me lo invento.
– Has violado a una niña y has puesto una bomba en una residencia de ancianos.
– Sí, eso he hecho.
– Por supuesto. ¿Entonces qué más has hecho?
– Pues… em… puse los trozos de los ancianos en una licuadora e hice batidos. Y con ellos regué las plantas del patio de la residencia.
– ¿Y qué más?
– ¿Qué más crímenes hay?
– Te falta uno, por lo menos.
– ¿Cuál?
– Es el crimen que nos diferencia. El más importante.
– ¿Más que violar niños y matar ancianos?
– Mucho más. Es el crimen que dio origen a todos los demás. Es el crimen por el que mereces morir.
– No… No se me ocurre nada.
– Dijiste que te aliviaría que te apuñalara el estómago, ¿no?
– Algo así.
– Bien. (le apuñala en la sien.)
– Ah. Me sigue doliendo el estómago.
– Era la idea.
– Me lo merezco.
– Claro que te lo mereces. Las malas personas sólo merecéis crueldad.
– Así es.
– Las buenas personas merecemos que no haya gente como vosotros.
– Tienes razón (pausa.) ¿Me dejas hacerte una pregunta?
– Luego te cortaré la lengua.
– Tengo que ser rápido… ¿Por qué empezaste a odiarme?
– El segundo crimen más importante de los que has cometido.
– Me estoy mareando…
– Equivocarte.
– (Ya con mucho mareo.) Ya. Mi error. Aquel error. Fue un error. Errar es imperdonable…
– Lo es. Pero ese no tiene pena de muerte, per sé. Yo también me equivoco. El problema es por qué te equivocas.
– Entonces… ¿Cúal es… mi crimen? (se cae, y muere.)
– Tu crimen es que existes.
de ©Shathu Entayla
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