Mi ternura es mi piel
mi acceso al mundo
(a veces, el mundo mismo).
Mi ternura es mi grito visceral
contra la muerte,
mi celebración irredenta,
irredimible e irrebatible
hacia la vida.
Mi ternura es mi agua,
es mi paz, es mi certeza,
es mi esperanza, en la guerra.
Es como una metáfora:
es antes algo nuevo
que la expresión de lo inefable.
Sin ternura
no tengo claro que exista
pero, desde luego,
no soy.
Mi ternura
es más Jesús que Dios:
es mortal y es rompible;
y, como piel, puede desangrarse,
y llenarse de infinita muerte:
llenarse de muerte que crea
muerte dentro de sí misma;
como las paredes de un abismo
que, al fracturarse, crea
abismos dentro de sí mismo
fractalmente,
fruto de la contradicción,
eternamente.
De vacío infinito
se llena la ternura
al romperse.
De ese vacío emerge
el desamor y la violencia,
el hartazgo y la apatía
la culpa y el miedo,
todos conviviendo
contradictoriamente,
armónicamente,
destructivamente.
Del vacío emerge
el abismo.
Pero uno que no es la muerte
(aunque se le parezca)
es otro
fractal e infinito.
La muerte vuelve infinito lo que toca
y si me muero, muerte soy.
Pero este abismo
no expande, sólo anula.
Yo no puedo
ser libre en lo infinito.
Sólo Dios
es libre en lo infinito.
Y en eso
este abismo se parece a Dios
Curioso es que mi finita ternura
contenga la inmensidad de ese abismo,
y que solo lo sepa al romperse.
Lo que rompe mi ternura
no es la frialdad.
La frialdad
sólo es
la expresión finita
del abismo.
El abismo
es la crueldad.
Pero yo
que no soy Dios
y soy finito
seré más libre,
siempre,
atado a la ternura.
Si el abismo es Dios,
mi ternura, su humanidad.
El abismo duele.
Mi ternura endereza.
El abismo mata.
Mi ternura late.
El abismo arrolla.
Mi ternura cuida.
El abismo es naturaleza.
Mi ternura es voluntad.
Imagen de Darkmoon_Art en Pixabay |
de ©Shathu Entayla
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