Sé que hay algo
propio
misterioso
en bruto
antiguo y brillante
que me irradias.
Que nos llena.
Pero a veces me siento
como jugando
a la gallinita ciega.
Confío en ti. Y lo hago siempre.
Sé que me guías con esmero.
Pero rara vez sé adónde
o
por qué.
Y en parte me da igual
e igual siquiera lo sabes.
Algo en ti es un misterio
y aunque no se puede entender
conecto
y, de alguna forma, sí entiendo.
Pero jugando a ser ciego
a veces, cuando me guías,
me tropiezo
y seguimos andando
como si nada.
Y, a veces,
nadie habla.
Y en esos momentos
no sé qué te hago sentir.
ni el tamaño de mi macha
en tus pensamientos,
ni cuándo la intensidad
es una carga y un agobio
o una puerta a cambios nuevos.
Y por si acaso, por eso,
a veces me guardo a mí, dentro.
Y prefiero callar. O fingir
que no me importa o no lo siento.
Porque, a veces, cuando hablo
a veces, me tropiezo
y seguimos andando, y no siento
qué sientes. Porque estoy ciego.
Y si sonríes o lloras
o si acusas mi tropiezo
no tengo ninguna forma
de saberlo.
Y cuando nos vemos
sigue siendo un misterio.
Un misterio más claro
pero misterio.
Y que todo podría ser
un sueño
del que despertara
y no estuvieras;
o peor
que no te conociera.
A veces me siento
como si toda la Luna
fuera su cara oculta
y otras, como si sólo
estuviera llena.
Y esas veces nos miramos
como si tuviéramos un idioma
propio
misterioso
en bruto
antiguo y brillante
que irradiamos.
Que nos llena.
Puede que el confinamiento
esté avivando ese misterio.
Pero puede haber algo inquieto.
Algo que esté muy dentro.
Lo único que tengo claro
ya me inquiete o no eso,
es que plenilunio y novilunio
habitan ese secreto,
y es que ese lenguaje nuestro
también habita en tu misterio.
Imagen de Bru-nO en Pixabay |
NOTA CONTEXTUAL: este poema se hizo para comprender una relación humana muy significativa para mí, azotada por la duda y la pausa mental que provocó el confinamiento.
de ©Shathu Entayla
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