Me veía inmerso en el fondo de un mar negro, con los ojos vendados en
el que lo único que podía percibir era cómo los peces y las criaturas
que habitaban en aquel lúgubre lugar me daban colazos y aletazos por
todo el cuerpo. Aun pudiendo quitarme la venda que impedía que viera la
salida... No podía, pues no sabía donde estaba el nudo de mi ceguera.
No hacía más que recibir golpes y golpes hasta que... Dejé de ser humano, pues la venda me cubrió todo el cuerpo y me impidió sentir otra cosa que no fuera impotencia.
De repente, un día, una corriente me hizo cambiar de dirección mientras que los peces siguieron su camino, era muy triste: me había quedado solo en un mar oscuro y tenebroso, sin posibilidad de encontrar a nadie que me diera golpes.
Estuve vagando por el mar hasta que llegué a un arrecife enorme, lleno de peces, aunque no veía nada...me parecieron de colores. Me sentí aliviado pues, ¿aquí podría encontrar un mar azul?
Era algo que desconocía y me empezaba a inquietar que pudiera volver a pasarme lo mismo que me había pasado hace apenas unos días. Al principio desconfiaba, pero notaba como mi venda iba desapareciendo, de los abrazos y no aletazos de estos peces.
Me sentía bien por primera vez en mi vida y los que allí vivían me hacían sentir cada vez más feliz.
Un día desperté y un rayo me atravesó los ojos dejándome casi ciego. Había perdido mi venda de carbón. En ese momento descubrí que el mar no era negro, sino que lo que era negro, era la venda que me impedía verlo.
Desde aquel momento no tuve una venda de carbón, sino un rayo de luz que me acompañaba a cualquier sitio que fuera y el mundo para mi, cambió para siempre.
Repasando estos momentos me di cuenta de que tenía todavía un trozo de venda, el cual guardé misteriosamente, aun con todo lo que había sufrido por él, puesto que el "pañuelo", quemado por el rayo de luz, guardaba en él un tramo de mi vida, el tramo en el que pasé de la oscuridad a la superficie.
¡Qué gracioso! Ahora que me doy cuenta, la venda no era de carbón, sino de papel. Cómo no me di cuenta de lo áspero que era...
No hacía más que recibir golpes y golpes hasta que... Dejé de ser humano, pues la venda me cubrió todo el cuerpo y me impidió sentir otra cosa que no fuera impotencia.
De repente, un día, una corriente me hizo cambiar de dirección mientras que los peces siguieron su camino, era muy triste: me había quedado solo en un mar oscuro y tenebroso, sin posibilidad de encontrar a nadie que me diera golpes.
Estuve vagando por el mar hasta que llegué a un arrecife enorme, lleno de peces, aunque no veía nada...me parecieron de colores. Me sentí aliviado pues, ¿aquí podría encontrar un mar azul?
Era algo que desconocía y me empezaba a inquietar que pudiera volver a pasarme lo mismo que me había pasado hace apenas unos días. Al principio desconfiaba, pero notaba como mi venda iba desapareciendo, de los abrazos y no aletazos de estos peces.
Me sentía bien por primera vez en mi vida y los que allí vivían me hacían sentir cada vez más feliz.
Un día desperté y un rayo me atravesó los ojos dejándome casi ciego. Había perdido mi venda de carbón. En ese momento descubrí que el mar no era negro, sino que lo que era negro, era la venda que me impedía verlo.
Desde aquel momento no tuve una venda de carbón, sino un rayo de luz que me acompañaba a cualquier sitio que fuera y el mundo para mi, cambió para siempre.
Repasando estos momentos me di cuenta de que tenía todavía un trozo de venda, el cual guardé misteriosamente, aun con todo lo que había sufrido por él, puesto que el "pañuelo", quemado por el rayo de luz, guardaba en él un tramo de mi vida, el tramo en el que pasé de la oscuridad a la superficie.
¡Qué gracioso! Ahora que me doy cuenta, la venda no era de carbón, sino de papel. Cómo no me di cuenta de lo áspero que era...
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