Me cuesta mucho hablar.
Me cuesta hablar porque no me siento seguro en ninguna parte
en ninguna persona
en ningún tiempo
en ningún espacio.
Me cuesta hablar porque no han salido las lágrimas primero.
Porque reniegan de salir.
Porque no saben qué zarpas tenebrosas podrían cogerlas
y hacer suya la vulnerabilidad:
la única coraza que tengo para mantenerme.
Erguido no puedo mantenerme.
No puedo.
Ahora mismo
cualquier ropa aunque da calor es un refugio.
La oscuridad es refugio,
un refugio en el que puedo batallar por dentro
en el que puedo anhelar salir de mí mismo.
en el que puedo
no destruir aquello que quiero
porque solo estoy yo.
No hay nadie más a quién destruir.
Si destruyo a alguien es a mí.
Me gustaría derretirme.
Hacerme de arcilla blanca.
Que mi piel acabase impregnada
en alguna baldosa
que pudiese pasar desapercibida.
Una baldosa sin conciencia. Inmanente.
Víctima
pasiva del paso de los tiempos;
de la geología y su poder.
Sin sentir nada.
Me gustaría no sentir nada.
Me gustaría no sentir.
Sentir ahora es demasiado doloroso.
A veces me odio.
A veces me odio profundamente. Con convicción.
Con motivos.
Podría enumerarlos.
Los enumero en mi cabeza... Bastante a menudo.
Tengo muchos motivos para odiarme.
Para no quererme.
Para llamarme malcriado.
Para llamarme victimista.
Para llamarme imbécil.
Imbécil. Imbécil.
Imbécil.
Nunca me había oído decirme a mí mismo que me odio, pero me odio.
No es la primera vez que me odio, pero me odio.
Me siento un zombie agarrándose al primer atisbo de vida.
Al primer atisbo y destruyéndolo.
Con la diferencia de que yo tengo conciencia, y por tanto
mis acciones son... morales.
Pero soy un zombie obligado a comer.
A destripar.
A desgarrar.
Desnutrir.
Deshacer.
Es una pulsión primaria. De existir.
Y existir y vivir, ahora mismo, no son compatibles.
No son compatibles.
No.
Si al menos no tuviera conciencia
podría existir sin tener que vivir nada.
Sin que viéseme erizárseme los pelos de la piel.
Porque no tendría piel.
O porque la piel que tendría no reaccionaría.
Me siento un parásito.
Un lacayo de la muerte.
Un jinete del apocalipsis con cara de buena persona.
Me siento como una mierda.
Exacta y figuradamente.
Una fea, lángida, hedorosa y molesta.
Me siento exactamente una mierda
Hace unos días un abrazo hubiese bastado para curarme.
Luego me hacía falta un beso.
Ahora siento que soy insaciable.
Que da igual lo que haga, ni lo que hagan por mí;
que voy a seguir siendo un cadáver que se arrastra por la vida
que se obstina por vivir cuando no es capaz de existir.
Soy ominoso como la noche que me cerca.
Como el conticinio que oculta todas las historias,
y a la vez las ampara.
Pero sin la belleza de ello.
Sólo el dolor.
Sin lo estético de lo grotesco.
Toxicidad pura:
sólo lo horrendo.
Pura némesis.
De la vida, némesis.
Puro filo de cuchillo.
Puro hartazgo.
Pura impureza que se vuelve pura de hacerse homogénea... Mezclando toda la impureza.
Puro ruido.
Somnolencia.
Quiero dormir...
Quiero dormir.
Quiero dormirme
y despertarme en otra vida.
Despertarme diferente.
Despertar en un momento en el que decir esto no fuese necesario.
Despertar sin verme un monstruo.
Imagen de athree23 en Pixabay |
original de 2019
de ©Shathu Entayla
Comentarios
Publicar un comentario