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La vida de la estaca de madera

Constreñido en el cuerpo de una estaca gruesa estoy clavado en el suelo de una pradera verde. De hierba fresca. Recién regada por la tormenta de ayer. Ahora el sol brilla con furor, haciendo de las hojas, pieles de hierba, un recipiente de luz que con el agua forma brillos.Y yo sigo ahí.
Clavado.

Como pasto del pasto. Mirando el prado verde sin disfrutarlo. Sin saber si debo poder rodar libre por él o seguir clavado. A veces con el viento que me inclina ligeramente, me darían ganas de desanclarme, caer, y rebozarme por la tierra mojada hasta que mi madera seca adsorbiese tanta clorofila que un mosquito se chocase conmigo creyendo ser una hoja; que un halcón no pudiese verme; que yo también ondulase con el viento; que las cabras y las vacas me comiesen: así seria pasto de la vida, siendo ya pasto del pasto.

Sacrificaría mi existencia por la vida, el amor y el movimiento de las montañas. Sería cimiento de chabolas o abono de rosas. Haría reverencias a los pájaros que volasen bajo siguiendo las olas que hace el viento sobre la hierba.

Así pasa el tiempo.
Una noche.
Un día.
Una noche más.
Un día más.
Dos. Tres. Cinco.
Trescientos sesenta y cinco.
Trescientos sesenta y cinco años.

Y ya he sido abono, planta, y acompañante del viento cuando fui motas de polvo.
Fui pasto del pasto, y de la muerte al pudrirme tiempo ha.
Ahora soy tronco de árbol.

Una noche.
Un día.
Motosierra.
Un estruendo.
Pájaros huyendo.
Dos. Tres. Tres mil.
Millardos de yardas de hierba.
Y yo, sólo, en medio, de nuevo.
Clavado.

Ahora con túnica, brazos de paja, nariz, boca y ojos postizos. Un espantapájaros. Ahora soy yo. Sí. Creo que sí. Soy una estaca, pero sigo pudiendo volar con los pájaros al dispararse mi paja. Sigo pudiendo ondular con el viento. Sigo inmolándome al pasto. Sigo reverdeciédome de musgo. Siengo siendo. Siendo yo: una estaca con la identidad de la Tierra. Como la tiene la vida, el amor y el movimiento de las montañas.

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