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Injerto de conciencia

- ¡Qué bonitos están tus ojos hoy!
- Te parece bonito que llore, ¿no?
- No. me parece precioso que sientas.
- Pues a mi no me parece bien sentir, a veces, ¿sabes? -dije enfadada. A veces me gustaría ser una insensible hoja de árbol, que una vez caída, por mucho que la rompan, no siente que se rompe. Pero, ¿sabes?, eso es lo que significa estar vivo. Por eso a veces querría estar muerta. Tengo que seguir viviendo. Agarrada a ese puto árbol por el peciolo, que me da vida a la par que deja que los vendavales intenten arrancarme.
- El árbol soy yo, ¿verdad?
- ¡Sí! ¡Desde el principio siempre lo has sido!

Entonces me di cuenta de que estaba gritando sola en la calle. La gente me rodeaba, mirándome. Sin reaccionar. Estaban en trance, como si hubiesen escuchado un gran discurso. El otoño había empezado y el suelo estaba lleno de hojas. Sobre mi coronilla cayó una hoja verde.

- ¿Me dejarías tu hoja verde? -dijo un encapuchado con un machete bañado en sangre tierna.
- ¿Para qué la quieres?
- Para injertarme en el árbol.
- Vale -dije quitándole el machete mientras la hoja volaba de mi cabeza a otra parte.
- Gracias por la hoja.

El encapuchado se disolvió entre la multitud. La multitud se disolvió entre la nada.
Entonces hice un corte en el árbol con el machete y me injerté en él.

- ¡Qué bonitos están tus ojos hoy! -me dije.

Y esta vez ya no hizo falta que nadie contestara.

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