"Sufriendo
mi soliloquio mi vida se pierde en un mar de dudas. Sé que he cometido acciones
en mi vida guiadas por mi corazón, pero todas han fracasado.
Mi lucha constante conmigo mismo es una espora ácida que infecta y deja sin movimiento todo lo que me rodea. Muchas sensaciones agridulces de dolor inmenso y felicidad parcial se ocultan tras una sonrisa falsa, una actitud hipócrita.
Sin embargo, me doy cuenta de que realmente no valgo para tanto. Hay mucha gente mucho mejor que yo, y yo no encajo en nadie. Lo que me da rabia es haberme topado con gente mejor que yo en todas las situaciones de mi vida, es un calvario. Sé que no soy perfecto, ni si quiera bueno, pero quizá incluso yo merezco una oportunidad."
Empecé a pensar esto cuando salí de mi casa, solo y desamparado, buscando un lugar imaginario en el que guarecerme. Digo imaginario porque no puedes guarecerte en una persona. Salí con la esperanza de verla de lejos, o de saludarla con indiferencia aunque en el fondo sabía que no la encontraría, y no me equivocaba.
Anduve, pasé por su casa vergonzoso para no reconoceré a mí mismo que quería cruzar su portal, al que ni siquiera me atrevía a acercarme.
Llegué a una plaza con bancos de granito y me senté en uno de ellos. Espantado por el brillo del sol del mediodía y el miedo a ver a esa persona, me fui. Salí corriendo. Volví a pasar por su casa sin parar. Corrí, corrí desesperadamente hasta mi hogar, donde solo me esperaban el papel y el bolígrafo que harían este relato, este calvario, este soliloquio...
Mi lucha constante conmigo mismo es una espora ácida que infecta y deja sin movimiento todo lo que me rodea. Muchas sensaciones agridulces de dolor inmenso y felicidad parcial se ocultan tras una sonrisa falsa, una actitud hipócrita.
Sin embargo, me doy cuenta de que realmente no valgo para tanto. Hay mucha gente mucho mejor que yo, y yo no encajo en nadie. Lo que me da rabia es haberme topado con gente mejor que yo en todas las situaciones de mi vida, es un calvario. Sé que no soy perfecto, ni si quiera bueno, pero quizá incluso yo merezco una oportunidad."
Empecé a pensar esto cuando salí de mi casa, solo y desamparado, buscando un lugar imaginario en el que guarecerme. Digo imaginario porque no puedes guarecerte en una persona. Salí con la esperanza de verla de lejos, o de saludarla con indiferencia aunque en el fondo sabía que no la encontraría, y no me equivocaba.
Anduve, pasé por su casa vergonzoso para no reconoceré a mí mismo que quería cruzar su portal, al que ni siquiera me atrevía a acercarme.
Llegué a una plaza con bancos de granito y me senté en uno de ellos. Espantado por el brillo del sol del mediodía y el miedo a ver a esa persona, me fui. Salí corriendo. Volví a pasar por su casa sin parar. Corrí, corrí desesperadamente hasta mi hogar, donde solo me esperaban el papel y el bolígrafo que harían este relato, este calvario, este soliloquio...
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