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La bandera

Cada vez que te abrazo, muchas cosas me pasan.
Siempre mis manos a tus largos bosques se lanzan
y cuando te acarician se enganchan en sus ramas.
Bajo esas largas ramas siempre encuentran tu espalda.
Planean en los surcos de tu piel, como emplumadas
como sin peso, y aterrizan en tu piel de nácar.
Y pecho y pecho. Mejilla y mejilla. Juntadas,
tras del aterrizaje, como visagras.
Como si en pulso y rubor se juntara el alma.
y que los pulsos y rubores se contagiaran.
El contagio, en un desliz voluntario, atrapa
de improviso los pares de labios que, aunque escapan
de la atadura del pulso y rubor, no se marchan.
Y en un vaivén, los labios atados, se desatan
y el aire vuela, vuela y vuela entre las visagras.
Pero aunque vuela, cambia y baila, luego se apaga
y solamente el silencio suena, labios en calma.
Y al abrir los ojos, y reenfocar la mirada
veo tu cara, el rostro precioso al que besaba.
Ese rostro. Un rostro que es una bandera izada
sobre el mástil de un cuerpo de una belleza franca.
Un rostro bello en sí mismo y por todas mis qualias
La bandera de la nación de amor sin murallas,
con ternura hecha tejido. Cosida ella se haya
de hilos de piel finos, y fuertes, que no se ajan.
Besarte es como lanzar viento a esa bandera
y ver cómo baila, como silba, y como canta.
Yo nunca fui patriota, y tampoco eres mi patria
pero en tus labios y tu rostro, me siento en casa.
Y cuando abres tus ojos, y los miro, me pasa
que nada pasa que sea malo, y eso me salva.
Y en las raíces de tus senos, de tu piel blanca,
de tus ojos pardos y tu pelo de melaza
una calor de mí se adueña, que no me espanta.
Y sé que es porque, a su abrigo, todo me pasa:
pulso, rubor, y el silencio con que te miraba. 
Pasa. Y es, precisamente, porque nada pasa.


NOTA: Dedicado a unos abrazos cotidianos. Especialmente unos cerca de una taquilla

 de ©Shathu Entayla

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