Endurecerse o morir.
El dilema de querer mantener
el corazón abierto,
y que el mundo te obligue a matar al tigre
y usar sus colmillos y usar sus garras
para matar al resto.
Y un día tú eres el tigre.
La ley del que es más fuerte
no es la ley del corazón.
El corazón que es puro,
antes de partir, comparte
antes de atacar, ama,
Pero siempre en algún momento
nuestro corazón aprende a defenderse
Y una vez atacó, ya no será igual.
El miedo deforma el amor
y justifica la guerra,
decidimos atacar en vez de amar,
por si fuera que alguien también decide
que va atacar primero.
Y así lo grotesco, que es lo real,
se impone ante lo bello, que es el mundo.
El mundo y lo real no son lo mismo.
El mundo es lo que es.
Lo real es lo que hacemos con él.
Y no sé tú pero yo
no hago más que intentar crear burbujas
de esperanza
de belleza sin grotesco
de calma
con la esperanza de que la burbuja
se expanda
de que la gente abrace su dolor
de que me dejen a mí abrazar el mío
y que me acompañen cuando lo haga.
Y no haría falta cambiar nada
más
del mundo,
si eso pasara.
Sólo cambiar eso.
Pero es que la belleza tiene un precio.
No siempre lo tuvo, pero ahora sí.
La belleza se paga con la sangre
del desamparo,
de la congoja
y de la duda.
La belleza puede pagarse incluso
con la íntima posibilidad
de trascenderse.
Pagar belleza siempre es una apuesta.
Y si no cuentas con el privilegio
aún, de haber conseguido crear
una burbuja de afecto,
el precio se hace siempre demasiado alto.
Y por eso
se elige la violencia
para entrar en el amor
y, con suerte,
aprendes a amar durante el camino.
Y esa violencia se la pasarás
a tus hijos.
Y un día les dirás que se violenten
pensándose como medias naranjas
que necesitan siempre otra mitad
Y le dirás a tu hermano pequeño
que es pronto para una novia.
De más mayor le preguntarás
que por qué no lo ha hecho ya
Y con hermana preferirás siempre
que no tenga.
Y a todos verás
sufrir,
necesitar lo que no necesitan,
validar,
e invalidarse,
por tener deformado el corazón
a imagen y semejanza de ideas
que nadie le preguntó
si quería tener o no.
Y observaras a tu abuela morir
cuando pierda a su media naranja,
y sin hacer cosas que quiso hacer
antes de un día pensar
que ella, sin su otra mitad
Estaba rota.
Y si tienes la desgracia
-la gigantesca desgracia-
de ya no creer en medias naranjas,
ni en la escasez del racimo de uva;
la gigantesca desgracia
de querer a gente que tiene lo mismo
que tú también tienes entre las piernas,
o que su cuerpo transporta bellezas
que tú, nunca, a nadie has visto.
Si tienes esa desgracia, prepárate
Porque sobre ti se cernirá más,
incluso, aún más violencia.
De hecho, serán dos:
La violencia de quien quiere aplicar
sobre ti
su violencia
y no puede.
Y la violencia de la complejidad
de la disidencia.
¡Y al final lo que nos queda es violencia
que es disonante por repetición
inclusive en este maldito texto!
Violencia. En todo. ¡Violencia!
Cuando todos buscábamos lo mismo:
el amor
Pero nos hacía falta un amor
que fuera real y nuestro.
Y lo nuestro hay que defenderlo.
Necesitábamos todo el grotesco
con sus grises.
Su bella telaraña impenetrable.
Y, hoy que hay que crearlo todo,
y que todo ha de ser para existir,
lo bello ya no puede ser el mundo.
Porque hemos hecho del mundo
más cosas de lo que es
Hubo un tiempo en que la belleza era el mundo
Luego convertimos el mundo en real y grotesco
Ahora tenemos la fe de que en lo real también hay belleza
Belleza pura y sin grises del grotesco, aunque provengan de ello.
Ahora todos tenemos esa fe, nos dure más o menos.
Nuestra única esperanza es que la belleza sí esté en lo real.
Esperemos estar en lo cierto.
de ©Shathu Entayla
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