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Reescribir la piel

Amar de una forma 
en la que uno ya no es amado
es mirar el vacío en la montaña
a la sólo tú has llegado
y en la que solo tú estarás jamás. 

Y por ello, reescribes tu piel.
Decides si tirarte,
desandar lo andado,
o seguir solo en la montaña
esperando encontrarte algún día
a quien amaste
en un sendero de amor diferente.
Uno en el que tú no seas tú
ni quien amaste lo sea ya.
Uno en el que reescribisteis la piel.

Siempre se reescribe la piel.
Y reescribir es borrar
tachar, olvidar e ignorar
una parte de ti que ya estaba escrita,
que recuerda cómo y con quien 
escaló aquella montaña.
Reescribir la piel es 
borrar algunas cicatrices,
tachar algunos amores,
olvidar algunos planes,
e ignorar algunos deseos.
Reescribir la piel es reescribirse.
Reprogramar cómo amas.
No solo a alguien, al mundo.
Es tener que amar diferente
o dejar de amar.
Es resignarse 
a la necesidad de elegir
cuando tú ya habías elegido.

Reescribir la piel.
Dejar que penetre en ella el agua con sal
para deshacer las heridas de dentro.
Perder algo de uno mismo.
Matarse un poco para sobrevivir.
Romper formas de mirar
y de mirarse adentro.
Amputar la pierna
para evitar la gangrena.
Extirpar el amor tumoral.
(dejando siempre restos).

Pero hasta que reescribes
sigues fantaseando con el tumor
y con lo que estaba escrito en tu piel.
Hasta que tienes el valor
de mirar al cambio a los ojos.
Porque ese tumor 
te daba superpoderes,
y lo escrito en tu piel 
era el mejor poema del mundo.
Pero reescribir la piel
es abandonar el superpoder,
y perder el poema.
Es renunciar a su alegría.

Reescribir la piel es renunciar
a una alegría grande
por otra más pequeña.
Otra que, a lo mejor, crecerá
y será mayor que la que está ahora
pero aún es pequeña.
Y tú estás cansado
tras haber subido la montaña.
Por eso, algo en ti se resiste
porque te conoces,
porque lo has vivido antes,
y las grandes alegrías no vuelven
aunque se transformen en otras
y la vida es demasiado corta
y dolorosa
para desperdiciar el amor
y la alegría
en cualquiera de sus formas.

Y sabes que si te vas de la montaña
nadie la pisará jamás.
Sabes que si abandonas el superpoder
no volarás jamás.
Sabes que si pierdes ese poema
ya nunca lo leerás. 
Y que si ahora no te matan
el tumor y la gangrena
ya jamás te matarán.

Aunque sus cuerpos, agónicos
sigan habitando los tachones de tu piel
y sus estertores, de vez en cuando,
aún te sorprendan
bajo tus fibras.

Pero lo haces.
Lo reescribes.
Porque sino, mueres.
O sino, te matan.
Porque la alegría
puede ser demasiada.
Y, de todas formas, esa alegría
ya está muerta
y ya solo queda reescribir sus restos
en una nueva
o seguir llorando su cadáver.
Y ambas voluntades
son ciertas.

Pero también puede ser
demasiado el amor
Amar grande es como fantasear
con una bacanal:
todo el mundo parece quererla
pero la mayoría no la cogerá.
Amar grande es un privilegio infantil
Quien ama grande cuando crece
se hace daño.

Es mi caso.

Y la gente que admira el tamaño
de mi amor.
Es la misma que me pide
que reescriba mi piel.
La misma que se emociona
cuando acaricio la arena en su pecho,
es la misma que me pide
que me limpie las manos de polvo.
La misma que me besó
saboreando el licor de mi espíritu
un día se anega en su alcohol
y rechaza embriagarse.

Y conseguiré reescribirme
Y lo haré una y otra y otra vez.
Pero yo sigo ahí.
Al filo del vacío.
Al filo del mañana.
Preguntándome si podré amar grande
otra vez, al salir de la montaña;
si mi niño resistirá esta caída
o quedará su piel mermada para siempre.

Y al mismo tiempo 
cada vez más, elijo llorar
el cadáver de la alegría.
Cada vez duele más reescribirse.
A veces creo que sería más feliz 
matando al niño.
A veces creo
que debo hacerlo.

Pero prefiero reescribir mi piel
amputarla, cercenarla,
descuartizarla y trocearla,
antes que matarla.
Prefiero a la quimera.
Al niño de tres cabezas
y seiscientos corazones.
A la piel hecha
de páginas sueltas.

Porque siempre, que miro la piel del niño,
la admiro.

Admiro su entereza y suavidad
a pesar del rechazo.
Admiro que se resista a endurecerse
y reivindique la ternura.
Admiro su amor grande
aunque la báscula del mundo
se tambalee con su peso
y los corazones 
pesados en su unidad de medida
se estremezcan.
Lo cierto es
que aunque piense en ignorar al niño
o matarlo
o abandonarlo
no me sale.

Porque a él, también lo amo.

Y sé que el corazón de la gente
pesa un poquito más que antes
cuando me abandona.
Y sé que hay niños 
que se alegran del mío
aunque me huyan.
Y hay gente que no se va
o lo hace solo en parte
o intermitentemente

Y sé que amar así de grande 
le hace bien al mundo
aunque el mundo diga que no lo quiere.
Y no sé si finalmente mi corazón
menguará, o crecerá el mundo.
Y no sé cuántas veces más
me reescribiré ni en cuántas pieles.
Sólo sé que, aunque mis cicatrices
me parezcan rugosas y fuertes
cuando vuelvan a acariciar
lo harán suaves. Lo harán alegres.



 de ©Shathu Entayla

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