Ir al contenido principal

Carlos



Me desperté, lo justo para levantarme de la cama. Desayuné, y tal. Me vi en el espejo, pero sin mirarme. Quizá si me hubiese fijado me hubiese espantado. No suelo mirarme mucho en el espejo. Me da igual cómo me vea.
Como todos los días, fui a coger mi móvil pero, como todos los días, no lo encontraba y, también como todos los días, estaba  en silencio, así que el truco de llamar para que sonase y cogerlo, no funcionaría.
Aun así, lo hice.
Cogí el fijo de mi casa, marqué mi número tras varios intentos de sacar los números correctos de mi cabeza. Me debatí entre poner o no el “+34”, pero como en ese momento no me acordaba, no lo puse. Al principio puse otra cosa y me cogió el móvil un noruego con mala leche. Espero que luego que no me cobrasen mucho.
Y al fin me llamé.
        ¿Dígame?
        ¿Disculpe?
        ¿Qué pasa?
        ¿Qué hace usted con ese móvil?
        Soy el propietario.
        Imposible, si es mi móvil.
        Oiga, para gastar bromas tengo suficiente con hacer zapping así que…
        ¿Cómo se llama?
        Carlos
        ¡Usted me está vacilando! Carlos Hurtado soy yo.
        ¿Cómo sabe que me llamo Carlos Hurtado?
        ¡Porque yo soy Carlos Hurtado!
        Mire, voy a denunciarle a la policía por suplantación de identidad
        ¡Encima! ¡No te jode!
Me colgó. Dejé que el brazo que sujetaba mi móvil se me cayese y se quedase colgando como un ahorcado.
Ya estaba totalmente despierto.
Sonó el fijo.
       Mamá, no te vas a creer lo que me acaba de pasar.
        Hola de nuevo, Carlos.
        ¡Otra vez tú! ¿Qué haces en mi casa?
        Mi casa, querrás decir, ¿no?
        ¿Por qué no te veo?
        Pues no tengo la menor idea.
        A ver… ¿Qué coño pasa aquí?
        Pues mira, te lo digo rápido. Que he ido a llamarme para que me sonase el móvil y resulta que me lo he cogido yo mismo.
        Pero esto que está pasando no puede ser.
        Pues parece que sí. Ya lo ves.
        Esto es una flipada.
        Ya. Oye, ya que estás, ¿sabes dónde dejé mi… nuestro móvil?
        Sí, está encima de la cama.
        ¡No jodas! Si ahí ya he mirado.
        Ya. Eso te pasa por no mirar bien. A mí también me pasa.
        ¡Pues es verdad! Está ahí. Oye –dije tras una pausa– eso de hablar con uno mismo es chulísimo, ¿eh?
        Pues ahora visto en perspectiva, tiene su gracia.
        Bueno, asunto resuelto. Gracias Carlos
        De nada Carlos. Me voy, que he quedado. Nos vemos.
        ¡Vale! –dije riéndome.
Me tiré en el sofá, con una sonrisa en la cara y el móvil en silencio en mis manos.
Lo vi. Tenía varias llamadas perdidas de mi madre. Fui a lavarme la cara al baño. Como siempre. Me quité un par de legañas para no parecer un topo y me senté a jugar a la play.
Cuando estaba a punto de cargarme a un boss sonó un frenazo en la calle
       Hostia, ¿qué ha pasado? –dije en voz alta mientras me asomaba por la ventana.
Entonces vi un coche blanco encima de un chico. No sé de qué edad. Me dio pena. Había sangre por la carretera y gente sacándole de debajo del coche.
Luego vi a mi madre. Venía corriendo hacia el portal. Empecé a gritarla saludándola, pero no contestaba. Debía de estar conmocionada por el chico. Mi madre es muy sensible.
Llegó a casa y estaba llorando.
       ¿Qué te pasa, mamá?
        ¡Déjame!
       Pero, mamá…
        No, por favor. No me hables.
Me fui enfadado a jugar a la play. Me mató el boss. Apagué la tele.
Entonces se formó un reflejo en la pantalla negra de la televisón. Sólo veía el mando tirado en el sofá. Yo no estaba en el reflejo. Mi madre se sentó a mi lado. Ella sí se reflejaba.
     Mamá. No me veo en el reflejo.
      ¡Por favor! ¡Dejadme ya! ¡Malditas voces!
Entonces cogí el móvil y llamé a Carlos.
Me lo cogió su madre, que estaba enfrente de mí.
        ¿Dígame?
        Mamá, soy yo, Carlos.
        No juegue con eso, señor. No sé quién es usted, pero no me hace ninguna gracia.
        He muerto, ¿mamá?
       ¡Váyase a tomar por culo, hijo de puta!
Empecé a llorar desconsoladamente. Me miré en el espejo del baño. Seguía sin ver nada. Yo mismo no era nada. Definitivamente me había matado el boss.
Me miré bien, por primera vez en mi vida. Creo que vi más de mí mismo en aquel espejo vacío que cuando miraba habiendo algo.
Cuando el espejo quiso devolverme la mirada, yo ya había desaparecido.

Comentarios

Popular Posts

Amores singulares, en plural

Y mirarte a los ojos y morirme de hambre por querer abrazarte por bailar en tus lirios. Porque yo codicio  almas con la piel y no es lo mismo que codiciar solo las pieles. Porque quiero el calor que dan y no la sangre que tienen. Porque un alma sin viajar  a ninguna piel pertenece. Yo pertenezco a quien me quiere. Y viajo de mí para tí. Quiero anidarme en tí  como el rocío a la tierra como el calor a la piedra como un romance en abril Quiero enternecerme en soñar tu cobijo. Quiero enternecerme en ti y eso elijo. Quiero que seas ese lugar donde perderme y bailar sin pasadizos. No sé quién serás, y no importa. Si me amares, es lo mismo. Pero luego te miraré reflejando tu amor porque, aunque para ser amado todo cariño es prolijo, tu color para amarme cambiará los ojos con que te elijo. Ven a besarme y a abrazarme y viajaré rápido al suicidio. Porque matarme por elegir amor no es más que vivirme en otro sitio. Ámame, que eso quiero. Que cuando falta, de amor, alivio todo los ...

El resquebrajo

Y de pronto el resquebrajo que ya sentía sólo sirve para acabar de romperme, y los pedazos de mí se clavan en mi capacidad de dormir, de sonreír y de querer la vida. Yo, que siempre fui la Antígona que va a morir por lo que le importa pero que se desnuda para sentir el aire frío y sentir que está viva. Yo, la Antígona, que muere cuando su hermano muere por segunda vez, está vez en el destierro de su cadáver. Yo, como ella, muero. La vitalidad de Antígona se va en su muerte. Su muerte es su muerte. Pero mi muerte es la vida.  El resquebrajo es como un desprendimiento: había indicios, pequeñas señales que el monte iba a caerse, pero de repente se cae, y parece que nunca hubo aviso. O que daba igual que lo fuera, porque era inevitable. Parece un capricho de Dios. Parece que no había nubes de tormenta. Pero, de repente, todo es barro, todo es polvo. Todo es hiel. El resquebrajo ya no es tal. Ya estoy roto. Como están rotas las conchas de mar llevadas por el agua. Como el mimbre cuando ...

Tener libido es de aliens

Leo una novela erótica. Me enternece la complicidad. Se ponen a follar. Me pongo nervioso. No cachondo, no. Nervioso como el gerbo que huye. Leo el polvo como leo un epitafio y me fuerzo a acabar el capítulo. (Aunque los nervios no querían). Una, tiene un orgasmo: vital y místico. Otro, no se corre pero: vital y místico. Se despiden. Se besan . Me enternece la complicidad. Acaba el capítulo. Cierro el libro. ... Me entran ganas de llorar. Acabo de leer sobre aliens. Los aliens no son de mi especie. Funcionan distinto. ... Me entran ganas de llorar. porque yo antes era un alien. Siento que nunca he follado. La parte de mi que folla se ha roto. Siento que nunca he querido hacerlo cuando siempre tuve luciérnagas en los ojos con los que miro todo. Algo de mi alma se ha roto. Y estaba en mi cuerpo. Y, dentro de mi cuerpo, en mis ojos. Algo de mi alma se ha roto. Algo vital y místico, como en ese polvo, que ahora es polvo de mis ojos. de ©Shathu Entayla