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Mi Tumba

Un chorro de lacre tedioso y ardiente me cubre. Desde mi cabeza, cubre todo mi cuerpo petrificando todo suspiro que puedan exhalar los poros de mi piel. Callándolos.

Mi piel se quema con las llamas vivas del lacre que desciende por mi cuerpo y que se infiltra en mis entrañas. De las yagas y de mi piel calcinada, empieza a brotar mi sangre. Ni si quiera su fluidez opone resistencia; mi sangre no tiene color. Ésta, por voluntad propia, decide enfriar mi piel, enfriando también el lacre. Este se diluye un poco, extendiéndose aún más por mi cuerpo, pero ya sin quemarme.

No tarda en llegar a mis pies. Quizá una agonía pequeña podría salvarme, pero, qué cadaver desea vivir, si ni siquiera puede desear. Mis pies se cubren por completo. Mi apariencia ahora es la de una bella estatua roja plateada; para nada la de una persona. Tal como el bello nicho que esconde la turbidez putrefacta de un cuerpo sin vida en un cementerio.

Y aquí estoy, sin moverme, sin querer hacerlo. Sin vida. Delante de mi escritorio. Con un brazo que sostiene mi mentón, con el codo apoyado en una falsa razón. La de ser. Que ya se ha ido con el aire que respiraba y que ya no puedo respirar, pues no me llega el aire. Además, mi sangre ya no quiere fluir más.

Suficiente ha tenido que enfriarme.

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Flores en el asfalto

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Follar siempre al menos una vez al menos desnudarnos una vez del todo para poder hablar, sobre-todo. Si te he desnudado y me has desnudado al menos una vez ya nada es tabú. Si ya te he desnudado y me has desnudado los complejos se quedan en la ropa y las excusas, líquidas, sobre la cama y de los quejidos sólo se oyen ya los ecos de los orgasmos y se ha disuelto el miedo hasta la ternura del abrazo. Si ya te he desnudado y me has desnudado al menos una vez ya nada es tabú y seguiremos desnudos al volver a vestirnos. Follar siempre al menos una vez para desnudarse una vez una última vez para nunca tener que volver a vestirnos. Imagen de mopiaoyao  en Pixabay  de ©Shathu Entayla

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