Se me escapa. Me posee. Me intimida. Va de lado a lado de mi vida. De punta a punta de mi mundo vagabundo por calles desoladas de gente dolida. De gente desarmada. Náufragos de barcos y navíos colapsados, por vivos recuerdos del pasado que siguen viviendo aunque el barco ha caído. Aunque ido, lo vivido deja una huella, que hace mella en los oscuros y nostálgicos papeles en los que un día escribiste tu destino.
La pena es que la tinta se corra y el papel no disponga del arsenal suficiente para combatir a ese etéreo enemigo, osado y archivado, aparentemente. La pena, es que rompa todas y cada una de las estratagemas que planeas, y que la luna de la noche en la que te guareces, deje de aparecer, para hacer ver que ese astro no tiene alma, sólo cráteres y algún polvo mal limpiado. Un planeta dependiente de un sol, quemado de tanto arder, que al universo le danza.
Una noche en la que todo viene y todo pasa. En la que la luz del día descansa. En las que los poetas encienden la vela para amansar a las fieras del corazón que late, a pesar de que a veces es tan frío, que congelaría el relente de una gota de sudor, cayendo de la última presencia de una noche de amor.
Una noche en la que tu enemigo no descansa. Te acecha. La isolofobia maltrecha, se inyecta por cualquier brecha que haya infectado antaño al corazón, que como toda brecha de este músculo, jamás se cerró.
El naufragio, el destino, el papel, la luna, el sol, el polvo, el sudor, son muchas de las millones de cosas que pueden hacer un hervor en un alma, ya experta, o por estrenar. Imparable, por parar, y que nunca se conseguirá, pues forma parte de la vida que cada uno decide llevar. ¡Maldito enemigo matado y resucitado, en cada segundo que en mi vida me he arrepentido!
Que aciaga y que oscura es la vida, y que incierto es el destino pero, ¿qué hacer cuando sabes que tú mismo eres tu peor enemigo?
La pena es que la tinta se corra y el papel no disponga del arsenal suficiente para combatir a ese etéreo enemigo, osado y archivado, aparentemente. La pena, es que rompa todas y cada una de las estratagemas que planeas, y que la luna de la noche en la que te guareces, deje de aparecer, para hacer ver que ese astro no tiene alma, sólo cráteres y algún polvo mal limpiado. Un planeta dependiente de un sol, quemado de tanto arder, que al universo le danza.
Una noche en la que todo viene y todo pasa. En la que la luz del día descansa. En las que los poetas encienden la vela para amansar a las fieras del corazón que late, a pesar de que a veces es tan frío, que congelaría el relente de una gota de sudor, cayendo de la última presencia de una noche de amor.
Una noche en la que tu enemigo no descansa. Te acecha. La isolofobia maltrecha, se inyecta por cualquier brecha que haya infectado antaño al corazón, que como toda brecha de este músculo, jamás se cerró.
El naufragio, el destino, el papel, la luna, el sol, el polvo, el sudor, son muchas de las millones de cosas que pueden hacer un hervor en un alma, ya experta, o por estrenar. Imparable, por parar, y que nunca se conseguirá, pues forma parte de la vida que cada uno decide llevar. ¡Maldito enemigo matado y resucitado, en cada segundo que en mi vida me he arrepentido!
Que aciaga y que oscura es la vida, y que incierto es el destino pero, ¿qué hacer cuando sabes que tú mismo eres tu peor enemigo?
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