Alquitranes húmedos
besan mis sketchers
ya pasadas
dadas de sí
por miles de pasos.
Unos andados,
otros bailados.
Otros que buscan algo.
A veces, en estas noches
como un pecíolo de hoja
que, en otoño
se resquebraja en silencio
mucho antes de caer,
mi ánimo, también
se resquebraja.
De mis ojos salen lágrimas
que son de aire
porque la humedad la tienen
el alquitrán y mis pasos
y mi sudor y mis pasos.
Y por la soledad
de dentro de mis ojos
no sale nadie.
Muchísimas noches abrazaría el aire
me devolvería el abrazo más amable
el más tierno, el más gentil, y el más suave
Pero es que de todo eso es demasiado el aire
y se desharía entre mis manos de carne.
Necesito un abrazo
que sea tierno y terso
y firme y sinuoso.
Justo como el dibujo
del resquebrajo
de ese pecíolo
qué está en mi ánimo.
Un abrazo
que dibujara el resquebrajo
pero en sentido contrario:
que acabara de romper
o reparase esa hoja.
Un abrazo.
Que me impidiera llorar
o precipitara el llanto.
O quizá a encontrarme o romperme
con otros brazos que se estén buscando.
Un abrazo
Uno que cuanto más aprieta
más desahoga.
Uno, en pleno otoño,
del final del verano.
Un abrazo que no asgo,
que se me va de las manos
y, su huída a veces y otras su ausencia ,
en la melancolía me anegan;
y me ahogan en sus tristes prados,
llenos antes de júbilo y de abrazos,
llenos ahora de hojas tristiernas
que al tocarlas la alegría, se vuelven penas.
de ©Shathu Entayla
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