JORGE.– Dame migas de pan, Amparo
AMPARO.– No me quedan.
JORGE.– Pero vi cómo le dabas a Jaime, y a Javier, y a
Josué. (Pausa.) ¿No me das migajas porque
me llamo Jorge?
AMPARO.– No. No te doy pan porque eres Jorge.
JORGE.– Pero puedo ser otra persona, si quieres. ¿Así me
darías migas de pan, por lo menos?
AMPARO.– No
puedes no ser Jorge. Aunque no te llames Jorge. Eres y serás Jorge, hagas lo
que hagas. Si te haces artista y te pones nombre artístico seguirás siendo
Jorge. Si te cambias de sexo, serás Jorge con otro nombre. Si te haces monje
budista y nadie te llama Jorge allí, seguirás siendo Jorge. Nada cambia quién
eres
JORGE.– Pero
puedo ser otra persona, si quieres.
AMPARO.– No
puedes.
JORGE.– ¿Por
qué no?
AMPARO.– Porque
no quieres…
JORGE.– ¡Sí
que quiero!
AMPARO.–…y yo
no te negaría el pan si fueses otro. Pero yo necesito negarte el pan, Jorge.
JORGE.–
Llámame Elis.
AMPARO.– Serás
Elis, pero sigues oliendo a Jorge. Te amaba, pero a mí no me engañas. No puedes
ponerte máscaras conmigo.
JORGE.– ¿Y
por qué no me amas?
AMPARO.–
Porque no me amabas tú. Porque no me amas.
JORGE.–
Podría decir yo lo mismo.
AMPARO.– Lo
dijiste. Por eso no nos amamos.
JORGE.– ¿Fue
porque lo dije? ¿Y si no lo hubiera dicho?
AMPARO.– El
problema fue que hiciste lo que decías. Las palabras son como cáscaras. Siempre
esconden algo más valioso.
JORGE.– Pero
sigo sin saber por qué no me amas. Me amaste, igual que yo.
AMPARO.– Cambié.
JORGE.–
¡Amparo! ¡Eso no puede ser! ¡Sigues siendo Amparo!
AMPARO.– No.
Me llamas Amparo. Pero ya no lo soy.
JORGE.– ¿Y
cómo te llamo?
AMPARO.– No
puedes.
JORGE.– ¿Cómo
que no puedo?
AMPARO.– Para
ti sería impronunciable.
JORGE.–
Inténtalo.
AMPARO.–
¿Para qué?
JORGE.– Para
que me ames.
AMPARO.– ¿Y
me amarás tú si te amo?
JORGE.– No lo
creo.
AMPARO.– Está
bien…
Amparo
dice algo ininteligible. Suena a canto de ballena.
AMPARO.– Ya
sabes cómo me llamo.
JORGE.– ¿Eso
era tu nombre?
AMPARO.– Sí.
JORGE.– ¡Qué
fácil! ¡Dame entonces las migajas!
AMPARO.– No.
Pronúncialo.
JORGE.– ¿El
qué?
AMPARO.– Mi
nombre.
JORGE.– ¿No
confías en mí ya?
AMPARO.– Para
algo me quedan las migajas.
JORGE.– ¡No
quieres confiar en mí!
AMPARO.– Si
no lo quisiese, no tendrías ya el resto del pan.
JORGE.– ¡Pero
quiero las migajas! ¡Tus migajas!
AMPARO.– Mis
migajas son esquejes. Si no los planto, me extingo.
JORGE.–
¡Extínguete! ¡Pero dame las migajas!
AMPARO.– No
me vas a hacer morir.
JORGE.– No
morirás. Solo te extinguirás. Seguirás existiendo en mí.
AMPARO.– En
ti no soy libre.
JORGE.– ¿Ah
no? ¿Dónde, entonces? ¿En Jaime, en Javier, en Josué?
AMPARO.– No.
En mi nombre. El nuevo. El que no eres capaz de pronunciar. Ese nombre son las
migajas que buscas. Pero ya no puedes comértelas. Porque no me das miedo.
JORGE.–
¡Amparo!
AMPARO.–
¿Qué?
JORGE.–
¡Dependo de tus migajas!
AMPARO.– Y yo
dependía de dártelas. Ahora me las como.
JORGE.– ¡Me
extinguiré!
AMPARO.–
Extínguete en paz, Elis.
JORGE (con voz agónica).– Soy Jorge.
AMPARO.–
Pronto serás Elis.
JORGE.–
Amparo… Amor... Mío.
AMPARO.– Ni
te amparo. Ni me amas. Ni soy tuya.
Jorge muere. Pausa larga. Despierta. Es Elis.
ELIS.– Hola,
María.
María se acerca a oler su cuerpo.
MARÍA.– Hola,
Elis.
ELIS.–
Perdóname.
MARÍA.– Ya
no.
ELIS.– Vale.
Gracias.
de ©Shathu Entayla
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