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Amortaja de papel

A mí las manos me saben bien.
Para chuparse los dedos, no me lavo.
Prefiero lavarme en compañía de tus corrientes submarinas,
bucear los sucios abrazos de vida,
¡dádivas de las cicatrices naturales de tus pupilas
en las que veo caricias de fuego veraniego!
Oscuras por aquellas noches de veinticuatro horas; de día bisiesto.

Huelen a coco mis recuerdos, te echo de besos.
"¡Yo también te echo!", gritan conmigo tus cabellos.
Estornudo nuestro aliento en la Primavera de mis alergias.
Filum de tu navaja en mis arterias de gramínea aérea.

Despego de plancha de la caída de nuestros miedos.
Así, cada vez que vuelo. Tristeza en tu cabello en cueros.
Las escarpias de mís pelos se retuercen. Agonía daltónica de sinestesia.
¡Agónica, triste, bella! Como esos olvidos repentinos en que te recuerdo.

Muero múltiples veces en una tartamudez que detesto,
bailando a cada bloqueo de labios, con tus labios que no beso.
Y una estación más, para un calendario funesto,
joven vejez de enfermo de amor, odio de reo y carcelero lento.

Me tiemblan las arrugas que inundan mis penas,
procesión de espinas.
¡Santa aquella semana nuestra!
Semana, por decir un día...

¿Qué no daría yo? ¿Qué no daría, si ya te perdí?
¿Qué trozo de mi tediosa pena no compartí?
Colgando está del madero, el apéndice de mi cuerda
Colgando están mis lágrimas, sonriendo a su suicidio que no pelean.
Colgando están los poemas de sus pestañas, acuoso parpadeo.
Colgando de ti están mis miedos. ¡De ese maldito y bello amor que te tengo!
Äun después de muerto.
Äun estándote viviendo.

Imagen de Marcos Mirón
En colaboración con Marcos Mirón 
en una noche de tinta

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