Ella viene de frente. Él en la marquesina, mirándola fortuita y continuamente. Sonido de ciudad sucia y de coches escupientes. Ella llega a la marquesina. Con intención de hablarle, le habla. Él ya no la miraba más que con las orejas y el rabillo del ojo.
Ella.— ¿Qué haces aquí?
Él.— (Sorprendido.) Mudo.
Ella.— ¿Que estás mudo?
Él.— Avergonzado... (Para sí dudablemente. Sin mirarla.) ¡Cállate!
Ella.— ¡Cómo que me calle!
Él.— ¡No! No era a tí... Culpable...
Ella.— (Ofendida) Me alegra que reconozcas tu falta de respeto.
Él.— Muy culpable... Triste...
Ella.— Pero, ¿de quién hablas? ¿Puedes mirarme?
Él.— Bloqueado... (Entre dientes. Más bajito esta vez.) Cállate.
Ella.— ¿Sabes?, es absurdo que nunca antes me hayan dado tanta conversación en una marquesina.
Él.— Quizá no querrían dártela
Ella.— ¡Atchís! ¡Atchís! ¡Atchís! ¡Atchís!
Él.— ¿Estás bien? (Ella se seca sólo una lágrima en su ojo.)
Ella.— ¡Atchís!
Él.— ¡Vale, vale! (Pausa. Ella deja de estornudar.) Preocupado.
Ella.— Con que "preocupado", ¿eh? Qué reacción tan amable para no querer darme conversación.
Él.— ¡Enfadado! ¡Niño! ¡Niño! ¡Niño! ¡Niño! (Se levanta de la marquesina. Pasa el autobús de largo, lleno de gente dentro.) ¡Niño! ¡Niño! (Pausa.) ¡Qué rabia! Odio que pase esto (Se cruza de brazos infantilmente.)
Ella.— ¿Ya no dices "avergonzado"? (Seria. Casi molesta.) ¿Confías en mí o algo?
Él.— Ansioso... ¡Para! Deja de hacer evidente que sabes lo que siento. ¡Frustrado! ¡Frustrado! ¡Es horrible! Y encima he perdido el autobús.
Ella.— Perdona... Lo si... ¡Atchís!
Él.— ¡Oh, dios!
Ella.— ¡Atchís! ¡Atchís! (Él evidencia lo que sea que sienta el actor. Lo que sea.) ¡Atchís! ¡Atchís! ¡Atchís! (Deja de estornudar. Pausa. Coge aire.) No te enfades conmigo.
Él.— Orgulloso... No lo estoy, sino te lo diría. Te entiendo: es tan evidente evidenciar lo que se siente como no poder expresarlo. (Ríe, presa del orgullo.)
Ella.— (Cortante) Pues a mí no me hace gracia.
Él.— ¡Culpable...! (Pausa incómoda entre ambos).
Ella.— Lo si... ¡Atc...! (Él le tapa la nariz)
Él.— Lo sientes.
Ella.— (Se le ha ido yendo el estornudo poco a poco.) Sí. (Pausa. Se miran con condescendencia.) No me gusta nada esto de que me obliguen a hablar con gente porque sí.
Él.— ¿Quién te obliga?
Ella.— Los médicos. Dicen que necesito relacionarme (Suspira. Pausa). ¿Sabes lo que es tener la necesidad de confiar en la gente y no ser capaz de decirles lo que sientes por ellas? Es que la gente acabe rehuyéndote. Que sientas cómo te van dejando de querer poco a poco, por el simple hecho de que tú sólo puedes hablar fríamente. Aunque lo que diga no sea frío. Parece que de forma normal no siento nada, y cuando siento de verdad lo muestro tan tenuemente que parece falso. Vacío. ¡Y qué pasa con lo que siento! Yo siento de verdad. Y mírame: haciendo ejercicios de parar a gente en marquesinas. Y luego que me emocione el canto de un pájaro y aguantar que me llamen insensible porque no sonría, o porque no llore nunca. No poder mostrarse no significa no sentir nada. He conocido a gente que expresa mucho lo que siente, pero en realidad no siente de verdad.
El.— ¿Eso lo dices por mí? Triste...
Ella.— No, en absoluto. Yo no quería... ¡Atchís! Lo si... ¡Atchís!
Él.— ¡Yo también siento! ¡Niño! ¡Niño! ¡Ñiño!
Ella.— Lo si... ¡Atchís! (In crescendo.) Lo si... ¡Atchís! ¡Atchís! ¡At...Ah! ¡Lo siento! (Ella se tapa la boca, sorprendida. Suena un relámpago. Exponencialmente entra en pánico. Empieza a hiperventilar, a moverse frenéticamente, como producto de la desrrealización.)
Él.— (Tras un tiempo de impotencia al verla así.) ¡Para! ¡Frustrad...! (Ella grita.) Frustrad... (Ella: "No. No. No. No...")
Ella.— (Respirando fuertemente.) Me están viendo.
Él.— ¿Quién?
Ella.— (Mira al cielo.) Gotas negras... (Relámpago.)
Él.— (Aún con la reminiscencia de los efectos del ataque de pánico.) Agua. Manchada.
Él y Ella.— (Tiernamente.) Agua... (Se miran sorprendidos por la coincidencia. Pausa.)
El.— (Le da una bofetada. Ella le mira atónita.) Te la has ganado
Élla.— (Tímidamente.) ¿Estás preocupado?
Él.— Pues sí... (Pausa.) ¡Espera! ¿Me acabas de preguntar qué tal estoy? (Relámpago. Pausa.)
Ella.— Miedo... (Le abraza con necesidad.)
Él.— ¡Eh! ¿Qué pasa? (Ella le da un bofetón. Él suspira como para hablar, molesto, pero no dice nada. Relámpago.)
Ella.— Te quiero.
Él.— ¿Qué? ¡Atchís!
Ella.— Que gracias.
Él.— ¡At...! (Ella le tapa la nariz. Ambos sonríen. Se quedan escuchando el agua caer.) Gracias a tí. (Relámpago. La lluvia arrecia como nunca.)
Él.— (Sorprendido.) Mudo.
Ella.— ¿Que estás mudo?
Él.— Avergonzado... (Para sí dudablemente. Sin mirarla.) ¡Cállate!
Ella.— ¡Cómo que me calle!
Él.— ¡No! No era a tí... Culpable...
Ella.— (Ofendida) Me alegra que reconozcas tu falta de respeto.
Él.— Muy culpable... Triste...
Ella.— Pero, ¿de quién hablas? ¿Puedes mirarme?
Él.— Bloqueado... (Entre dientes. Más bajito esta vez.) Cállate.
Ella.— ¿Sabes?, es absurdo que nunca antes me hayan dado tanta conversación en una marquesina.
Él.— Quizá no querrían dártela
Ella.— ¡Atchís! ¡Atchís! ¡Atchís! ¡Atchís!
Él.— ¿Estás bien? (Ella se seca sólo una lágrima en su ojo.)
Ella.— ¡Atchís!
Él.— ¡Vale, vale! (Pausa. Ella deja de estornudar.) Preocupado.
Ella.— Con que "preocupado", ¿eh? Qué reacción tan amable para no querer darme conversación.
Él.— ¡Enfadado! ¡Niño! ¡Niño! ¡Niño! ¡Niño! (Se levanta de la marquesina. Pasa el autobús de largo, lleno de gente dentro.) ¡Niño! ¡Niño! (Pausa.) ¡Qué rabia! Odio que pase esto (Se cruza de brazos infantilmente.)
Ella.— ¿Ya no dices "avergonzado"? (Seria. Casi molesta.) ¿Confías en mí o algo?
Él.— Ansioso... ¡Para! Deja de hacer evidente que sabes lo que siento. ¡Frustrado! ¡Frustrado! ¡Es horrible! Y encima he perdido el autobús.
Ella.— Perdona... Lo si... ¡Atchís!
Él.— ¡Oh, dios!
Ella.— ¡Atchís! ¡Atchís! (Él evidencia lo que sea que sienta el actor. Lo que sea.) ¡Atchís! ¡Atchís! ¡Atchís! (Deja de estornudar. Pausa. Coge aire.) No te enfades conmigo.
Él.— Orgulloso... No lo estoy, sino te lo diría. Te entiendo: es tan evidente evidenciar lo que se siente como no poder expresarlo. (Ríe, presa del orgullo.)
Ella.— (Cortante) Pues a mí no me hace gracia.
Él.— ¡Culpable...! (Pausa incómoda entre ambos).
Ella.— Lo si... ¡Atc...! (Él le tapa la nariz)
Él.— Lo sientes.
Ella.— (Se le ha ido yendo el estornudo poco a poco.) Sí. (Pausa. Se miran con condescendencia.) No me gusta nada esto de que me obliguen a hablar con gente porque sí.
Él.— ¿Quién te obliga?
Ella.— Los médicos. Dicen que necesito relacionarme (Suspira. Pausa). ¿Sabes lo que es tener la necesidad de confiar en la gente y no ser capaz de decirles lo que sientes por ellas? Es que la gente acabe rehuyéndote. Que sientas cómo te van dejando de querer poco a poco, por el simple hecho de que tú sólo puedes hablar fríamente. Aunque lo que diga no sea frío. Parece que de forma normal no siento nada, y cuando siento de verdad lo muestro tan tenuemente que parece falso. Vacío. ¡Y qué pasa con lo que siento! Yo siento de verdad. Y mírame: haciendo ejercicios de parar a gente en marquesinas. Y luego que me emocione el canto de un pájaro y aguantar que me llamen insensible porque no sonría, o porque no llore nunca. No poder mostrarse no significa no sentir nada. He conocido a gente que expresa mucho lo que siente, pero en realidad no siente de verdad.
El.— ¿Eso lo dices por mí? Triste...
Ella.— No, en absoluto. Yo no quería... ¡Atchís! Lo si... ¡Atchís!
Él.— ¡Yo también siento! ¡Niño! ¡Niño! ¡Ñiño!
Ella.— Lo si... ¡Atchís! (In crescendo.) Lo si... ¡Atchís! ¡Atchís! ¡At...Ah! ¡Lo siento! (Ella se tapa la boca, sorprendida. Suena un relámpago. Exponencialmente entra en pánico. Empieza a hiperventilar, a moverse frenéticamente, como producto de la desrrealización.)
Él.— (Tras un tiempo de impotencia al verla así.) ¡Para! ¡Frustrad...! (Ella grita.) Frustrad... (Ella: "No. No. No. No...")
Ella.— (Respirando fuertemente.) Me están viendo.
Él.— ¿Quién?
Ella señala al público. Él llama a un médido de entre la sala. Pregunta cómo tranquilizarla. Suenta un relámpago y empiezan a llover gotas claramente negras. Él asentirá a lo que le diga el médico. Él hará caso omiso por impotencia y porque no comprenderá lo que le dirá el médico. El actor expresará lo que sienta en ese momento, se acercará a ella y se quedará sentado a su lado. Quieto, sin decir nada. No le saldrá decir nada. Ni cómo se siente. Si no hubiese un médico, simplemente se omite el momento de escucha al médico.
Pasa un autobús. Él entra en él, paga el billete. Sale del autobús por la puerta de salida. Se vuelve a sentar en la marquesina. Exactamente como estaba. Ella eventualmente se ha ido relajando. Poco después de volver Él, se relaja del todo. Pausa.
Ella.— (Mira al cielo.) Gotas negras... (Relámpago.)
Él.— (Aún con la reminiscencia de los efectos del ataque de pánico.) Agua. Manchada.
No se miran. Cada uno estira el brazo en una dirección. Se untan el agua que les cae en el brazo por todo él.
Él y Ella.— (Tiernamente.) Agua... (Se miran sorprendidos por la coincidencia. Pausa.)
El.— (Le da una bofetada. Ella le mira atónita.) Te la has ganado
Élla.— (Tímidamente.) ¿Estás preocupado?
Él.— Pues sí... (Pausa.) ¡Espera! ¿Me acabas de preguntar qué tal estoy? (Relámpago. Pausa.)
Ella.— Miedo... (Le abraza con necesidad.)
Él.— ¡Eh! ¿Qué pasa? (Ella le da un bofetón. Él suspira como para hablar, molesto, pero no dice nada. Relámpago.)
Ella.— Te quiero.
Él.— ¿Qué? ¡Atchís!
Ella.— Que gracias.
Él.— ¡At...! (Ella le tapa la nariz. Ambos sonríen. Se quedan escuchando el agua caer.) Gracias a tí. (Relámpago. La lluvia arrecia como nunca.)
Pasa un autobús basolutamente vacío. Sin conductor. Ambos entran separadamente, uno detrás del otro. Ninguno de los dos pica el billete. Se sientan cada uno en una punta del autobús. El autobús arranca y sale de escena. La lluvia para de pronto tras un relámpago. El suelo está negro de lluvia oscura. Sólo se ve limpia la estela de las ruedas del autobús sobre el asfalto. La estela se va a abriendo paso a través del negro del suelo. La escena termina escenográficamente tal y como empezó, pero sin Ella ni Él.
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