¿Y qué hacemos cuando el alma se rompe; cuando entre la canción que nos da orden a la vida y su idea no hay acorde; cuando dicha se asoma y se esconde tan cerca que parece estar adonde está el más alto del más alto monte? Y, si se rompe el alma, ¿quién dispone de reparar, si sólo el alma escoge? ¿Cómo nos batimos cual luchadores del vivir, si alma sueña el porvenir y por venir a él, el tedio se impone y el fiasco reina, y el hastío propone el absurdo como bien y no pone, ni hace, ni crea, ni siembra o recoge? ¿Cómo así se enfrenta uno al sinsentido de estar vivo cuando el propio sentido se proclama antes de que el mundo, nimio, decida si es propicio para sí mismo? ¿Acaso no es trampa elegir un destino que quizá luego el mundo no te quiso? ¿No da hartazgo decidir lo más preciso y el mundo replique desatinos? ¿Qué hacer cuando el alma se rompe entonces buscando los pedazos del destino que elegiste frente a todos los caminos que fueron ignorados por los orbes? Si alma es materia, áto...